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Adiós al negrero

El ayuntamiento retira la estatua del mecenas con pasado esclavista Antonio López en un acto festivo

Mauricio Bernal

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La expresión entre seria y de circunstancias que tiene la estatua de Antonio López parece la adecuada para un momento como este. El monumento al primer marqués de Comillas, Grande de España, naviero y traficante de esclavos en el siglo XIX, es el centro de una fiesta de despedida atípica, exenta de pena y de melancolía; al fin y al cabo, al señor López nadie lo quiere volver a ver por aquí. Los negreros no tienen cabida en esta ciudad, viene a decir el primer teniente de alcalde Gerardo Pisarello cuando toma la palabra, minutos antes del momento clave, el que ha congregado a un considerable público en las postrimerías de la Via Laietana: el breve vuelo de la estatua desde el pedestal hasta el remolque de un camión. No todos los días se ve algo así.

Es el tipo de acontecimiento donde la gente mira para arriba, como las exhibiciones aéreas o los incendios de edificios. Por supuesto los móviles, por supuesto las cámaras, por supuesto llevarse el momento. El dispositivo técnico incluye dos grúas, una para izar la escultura y otra para los operarios que ajustarán los arneses en torno a la estatua. La empresa contratada para el trabajo ha previsto el revuelo de medios y ha llenado con su nombre y su logotipo más superficies de lo que suele ser habitual en estos casos. Els Comediants amenizan la fiesta. Han infiltrado actores entre los operarios y llenado el perímetro de la celebración con puntuales espectáculos. Los Always Drinking Marching Band tocan música circense en el escenario. Todo lo mira Antonio López con su expresión seria y de circunstancias.

"Un acto de reparación"

“Este es un acto de reparación, reconocimiento y celebración. El esclavismo es de las peores cosas que ha creado la especie humana y ha causado un gran dolor. Es un acto de reparación para los vecinos que se sienten ofendidos por estos crímenes de lesa humanidad”, dice Pisarello. A la marcha de la estatua la preceden otros dos discursos, el de Ana Menéndez, presidenta de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona (FAVB), una de las entidades que pedían la retirada, y el de la senegalesa Fatou Mbaye, de la cooperativa de manteros Diomcoop, significativo porque su autora sabe con toda probabilidad lo que es el racismo y ser su víctima. “El racismo no es innato, se aprende”, dice, y luego añade que todas las sociedades deberían combatirlo. Detrás de sus palabras se lee que sacar a Antonio López de la calle y confinarlo en un almacén es un acto de combate.

No todos los días se ve algo así: una grúa izando una estatua envuelta de arneses y descargándola suavemente en el camión que ha de transportarla a otro destino. El instante cumbre empieza con una descarga pirotécnica alrededor de la escultura y con los Always Drinking Marching Band atacando un fragmento de 'Carmina Burana' en clave de reggae, lo que significa no solamente lo obvio, que es una defenestración con acompañamiento musical, sino que envuelve el instante en una atmósfera de celebración de la vida, que eso es al cabo 'Carmina Burana'. No dura más de tres, cuatro minutos el recorrido de la estatua del pedestal al camión, pero dura mucho más porque irradia un clima de vilo en varios metros a la redonda. Es el espectáculo dentro del espectáculo, el corazón del relato. Lo resume una conversación entre espectadoras al acabar el acto: “¡Hemos llegado justo cuando la descolgaban!” “Entonces no te has perdido nada”.

Idrissa Diallo

Ese momento, esos tres minutos, representan el final de un proceso de inspiración civil que ha puesto en cuestión no solo el homenaje en forma de monumento sino en el nomenclátor, y que debe finalizar cuando se lleve a cabo la consulta popular que decidirá el nuevo nombre de la plaza. Varias entidades defienden que debe ser rebautizada con el de Idrissa Diallo, el inmigrante fallecido en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de la Zona Franca en el 2012; se verá en la consulta. De momento, la placa que reza que la plaza sigue siendo del mecenas esclavista seguirá allí. Como seguirá el pedestal, al menos un tiempo, grabado en la base con una frase elogiosa que el rey Alfonso XII dedicó en su día a López: “España ha perdido uno de los hombres que más grandes servicios le han prestado”.

¿Se acabó la fiesta? No. Los operarios se emplean en la tarea de anclar la estatua al camión, los comediantes hacen de las suyas, en el escenario el grupo senegalés Djilandiang ha tomado el relevo de los Always Drinking. La gente espera. El futuro inminente depara la partida del vehículo y el definitivo de la estatua –será guardada en un almacén municipal– y nadie quiere perdérselo. La organización ha repartido grandes manos de papel para que el adiós quede bien escenificado y los fotógrafos toman posiciones para capturar el momento, que cuando llega, llega con poderío circense: va Antonio López a bordo del camión, van los Always Drinking precediéndolo, van los saltimbanquis de Els Comediants escoltándolo. Es el culmen de la fiesta. Música y colorido para despedir al defenestrado. Hay derrocamientos peores.

No se ve todos los días a una estatua volando bajo, pero tampoco se ve a muchas viajando por la ciudad a bordo de un camión, alejándose por la avenida de Colón, haciéndose pequeña, cada vez más pequeña, cada vez más pequeña.