Cuando hasta los bistecs eran modernistas

La cúspide más lisérgica del modernismo puede que no fuera Gaudí, sino la mosca que coronaba una carnicería del mercado de Sant Antoni

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Carles Cols

Carles Cols

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En el Museu Oliva Artés de Barcelona hace un frío que pela por muy buen día que haga en la calle, en este caso, en el pocholo parque de Jean Nouvel, que está justo al lado, así que, quien se anime tras leer estas líneas, calcetín gordo y nada de una simple rebequita. Lo que hay dentro de aquel iglú fabril (calle de Espronceda, 142) es un boceto de lo que algún día será, en un futuro todavía presupuestariamente incierto, un gran museo que explique los siglos XIX y XX de esta ciudad, violentos como todos los anteriores, vale, pero distintos, pues Barcelona dejó de ser, tras 1.850 años, una villa amurallada y creció hasta ser más o menos la babilonia actual. Son dos siglos fascinantes y a veces terribles, trufados de pequeñas historias que confirman que Barcelona es muy poco canónica en la liga intenacional de urbes. Rarita, rarita. Como, por ejemplo (de eso va esta visita a la Oliva Artés), en la decisión de encargarle hace 100 años a uno de esos lisérgicos arquitectos del modernismo catalán un puesto de mercado municipal, en principio algo anodino, y que este, Eduard Balcells Buigas (1879-1965), la coronara con lo que parece a todas luces una enorme cabeza de mosca hecha de hierro forjado y cristal verde. La guasa es que el establecimiento era una carnicería. Anda, que superen esto David Cronenberg y Jeff Goldblum.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Aquella extravagancia","text":"\u00a0del mercado de Sant Antoni no tuvo \u00e9mulos. Una l\u00e1stima. Una 'manzana de la discordia' de carnes, verduras y casquer\u00eda hubiera sido extraordinaria"}}

Esta imponente pieza escultórica era el marco del establecimiento número 435 del mercado de Sant Antoni. En el año 1910 se llevó un premio del Ayuntamiento de Barcelona por su factura (no la económica, que seguro que barata no fue, sino por su virtuosismo). La encargó el dueño del establecimiento, Ignasi Georges, que vendía bistecs pero que no quería ser menos que un Güell, un Amatller o un Batlló. En 1910 un buen filete era un producto selecto, cosa que no sucedía con los establecimientos vecinos al de Georges, (casquería, verduras o lo que fuera), así que no se reprodujo en el mercado de Sant Antoni una versión a pequeña escala y alimenticia de la manzana de la discordia. Una lástima.

ÚLTIMA ETAPA, PECHUGAMEN

El caso es que en el 2010 (como pasan los años, 100 nada menos de un párrafo a otro), con el mercado en obras, se presentó en Sant Antoni un equipo de especialistas del Museu d’Història de Barcelona a ver qué pillaban (un aplique, unas baldosas…, lo que fuera para enriquecer la colección) y de repente se vieron bajo la mirada inquietante de ese enorme díptero. El rastro de Georges se había perdido. En su última etapa comercial, aquello era una polleria, Aviram Joana. Sin embargo, la mosca, aunque el género fuera pechugamen avícola, era igualmente desconcertante. Total, a lo que íbamos, que los empleados del Muhba se llevaron aquel tesoro modernista sin dudarlo, aunque cargados de dudas. No llevaba ninguna firma y apenas nada sabían de su origen.

La primera incógnita la despejaron un día en un golpe de lucidez epigráfica. Alguien reparó en que casi ocultas en el trencadís había 10 letras, “carnicería”. Cuesta verlas, pero ahí están.

El siguiente enigma se resolvió por un golpe del azar. Con motivo de una exposición temporal, un diario publicó una fotografía en la que, al fondo y de lado, se veía aquella imponente estructura. “Eso es de mi abuelo”, dijo alguien que llamó al Muhba. El abuelo era Eduard Balcells, que no forma parte de la osa mayor del modernismo barcelonés, pero que, como sus colegas de la época, era un genio polifacético, en su caso por un construir un submarino que sumergía en un lago artificial en Cerdanyola (hazaña al alcance pocos si se pretende que luego emerja) y porque en su despacho todos los materiales de dibujo los colgaba del techo con hilos para que no se perdieran en la mesa. También es el autor de la ni fu ni fa Casa Tosquella, esa finca que le pega un mordisco a la avenida del General Mitre en la esquina con la calle de Vallirana y que el día menos pensado sale volando como la mansión de Frank’N’Furter en ‘The Rocky Horror Picture Show’. En definitiva, que lo de la mosca, visto así, hasta parece menos excéntrico.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Barcelona fue modernista\u00a0","text":"m\u00e1s all\u00e1 del cumplimiento del deber, cuando en el resto de Europa ya calaban las tesis de Loos sobre 'Ornamentaci\u00f3n y delito'"}}

Barcelona fue en aquellos años de Balcells un exceso modernista más allá del cumplimiento del deber. La historiadora del arte Raquel Lacuesta tiene un par de extraordinarios libros en los que recopila toda la arquitectura y decoración modernista desaparecida en Ciutat Vella y el Eixample por culpa del noucentisme, la piqueta y el deporte nacional de la ciudad, la especulación. Retratan una urbe en la que la delirante carnicería de Georges no era una nota en absoluto disonante. En otras ciudades los vientos ya eran otros. En 1908, dos años antes de ‘la mosca’, como oportunamente recuerda Josep Bracons, conservador del Muhba, Adolf Loos publicaba en Viena su famoso ‘Ornamento y delito’, un manifiesto en pos de poner fin a tanto exceso arquitectónicos. Pero Barcelona iba, como siempre, a su bola. ‘La mosca’ de la Oliva Artés es, a su manera, un buen modo de explicar aquella etapa. Vayan, vayan…