Cuando la calle está tan lejos
Los vecinos de pisos medios y altos llegan a batallar años para pactar la instalación de ascensores que les evite cambiar de residencia
Carmen E. pasó 15 de sus 85 años renunciando a comer lo que de verdad le apetecía cada día, a ir a ver a sus nietos, a recibir la visita de alguna amiga de su quinta, a comer pan fresco... Cada movimiento que hacía fuera de casa era pura estrategia, la que le permitía su severa artrosis, optimizando fuerzas para salidas importantes: al médico, a una compra mensual que le llevaban en el súper, a un bautizo... Podía caminar pero no bajar los cuatro pisos que la separaban de su calle, en el tramo inicial de Consell de Cent que pertenece a Sants-Montjuïc. Sus familiares tenían que bajarla casi en volandas. A los 75 su suerte cambió, porque un acuerdo de la comunidad, tras años de disputas, dio alas a un flamante ascensor que dignficó sus últimos días.
El caso lo recuerda una familiar, que ahora inicia el proceso burocrático en las oficinas municipales para lograr un elevador en su hogar de la calle de València. Una finca centenaria donde no falta transporte público pero donde intuye que llegar al quinto piso será "muy duro" dentro de escasos años. La historia se repite en mil versiones. En el 129 de Borrell, que desde hace unos meses tiene un ascensor que sale del principal, una vecina recuerda cómo su compañero de vivienda, Pablo, pasó "semanas aislado" en su tercer piso cuando se rompió una pierna y no había manera de bajarlo en silla de ruedas.
ENVEJECER Y CRECER
El reto no siempre se mide en altura. En el 179 de Tamarit los operarios están dando los últimos retoques a la rehabilitación del bloque, que ya tiene operativo un moderno ascensor que hará mucho más fácil la vida a los vecinos mayores del cuarto y posibilitará a los jóvenes poder crear una familia allí. En el entresuelo vive Flora, que a sus vigorosos casi 93 años aún puede subir una veintena de escaleras para llegar a su piso, pero sabe que es cuestión de tiempo que la distancia sea un abismo, por lo que da la bienvenida a la obra, en una propiedad vertical.
En casos de propietarios individuales, el acuerdo llega a ser un parto, muchas veces con final feliz. Como en el 12 de Cànoves, en el barrio de Sant Genís (Horta-Guinardó), donde el tesón de Moisès Espinar dio fruto tras dos años de reuniones. Hubo que trabajar codo a codo con el Instituto Municipal del Paisaje Urbano para buscar la mejor solución e instalarlo exterior a la finca. En el 2013 la subvención municipal fue menor de las que ahora están en vigor, pero animó a los 13 vecinos a dar el paso. A pocos años de la jubilación, asegura que hay un antes y un después de un ascensor, y que los vecinos salen a la calle con más frecuencia y alegría. Pagaron más de 5.000 euros por vecino, y dieron opción de aplazar el pago a quien no podía.
Los principales y bajos suelen oponer más resistencia, pero siempre hay aspectos negociables o solidarios. En Santaló 81, José Maria Llurba pertenece a la familia propietaria de la finca. Actualmente solo reside un familiar en la finca y el resto está alquilado, pero lo han puesto porque no quieren que se repita la historia de sus padres y abuelos, que pasaron "años" sin apenas salir de casa porque unos metros les separaban de la vida de calle.
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