Popeye el marihuanero

El Museo del Cannabis suscribe la historia de que el famoso personaje obtenía su fuerza no de las espinacas sino de la maría

Un empleado traslada una planta de cannabis -de plástico- por la sala Antiguos Maestros del Museo del Cannabis.

Un empleado traslada una planta de cannabis -de plástico- por la sala Antiguos Maestros del Museo del Cannabis. / JORDI COTRINA

MAURICIO
BERNAL

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Está aceptado en el mundo del cannabis que las hojas de las que obtenía su fuerza Popeye no eran espinacas sino marihuana. Varios artículos publicados en las últimas décadas defienden esta teoría, pero el más citado suele ser el que escribió en el 2006 el activista canadiense Dana Larsen, defensor de la legalización y miembro del Partido de la Marihuana de Canadá, quien recordaba que cuando Elzie Crisler publicó las primeras historietas de su personaje más famoso, a finales de los años 20, espinacas era uno de los nombres popularmente aceptados de las hojas de la maría, y que existía incluso una canción, The spinach song (la canción de la espinaca), compuesta por Bill Gordon y Johnny Gómez e interpretada por la cantante de jazz Julia Lee, que era una especie de himno no oficial que solía escucharse en los clubs y lugares donde se consumía. Larsen también subrayaba que en alguna historieta, en vez de comerlas, Popeye aspiraba las espinacas con su pipa, y aunque en las entrevistas que concedía para abundar en su trabajo admitía que sus argumentos eran circunstanciales, y que no había pruebas que respaldaran su teoría, de un modo u otro acababa insinuando que dos por aquí y dos por allá hacen infaltablemente cuatro.

La historia, que algunos atribuyen a los excesos imaginativos derivados del consumo, y que Wikipedia despacha como leyenda urbana, aparece sistemáticamente en cada visita guiada por el Museo del Cannabis, oficialmente Hash Marihuana and Hemp Museum, cuando los turistas, hacia el final del recorrido, pasan por la Sala Cultural y descubren en una vitrina un muñeco del marinero con su pequeña pipa rebosante de hierba. «Es una de las historias que más gustan», explica la directora, Sophie Laborda. Mientras detrás de su vitrina el Popeye de juguete se dedica presumiblemente a navegar entre cielos de mermelada, como la Lucy de los Beatles, de fondo Bob Dylan canta Rainy day woman # 12 & 35, con su polémico -en su día, los tiempos han cambiado- estribillo everybody must get stoned (todo el mundo debe colocarse), entre otras canciones que versan sobre el mismo asunto. Además del Popeye y de la música, la pequeña sala acerca al visitante a las expresiones culturales inspiradas en el cannabis, en las dos vertientes que tiene la expresión: cultura sobre la maría o cultura hecha bajo los efectos de la maría.

Inspiración intelectual

El relativamente nuevo Museo del Cannabis abrió sus puertas en mayo del 2012 en el señorial y restaurado Palau Mornau, en la calle Ample, que 10 años atrás había adquirido el empresario holandés Ben Dronkers con la idea de abrir una sucursal del museo original, inaugurado en 1985 en Ámsterdam. «Creo que son dos ciudades, Barcelona y Ámsterdam, que tienen muchas cosas en común, entre ellas el cosmopolitismo y la tolerancia», explica. Como lugar de exhibición es quizá de los pocos, o el único, que puede presumir de una colección extraordinariamente transversal, que incluye desde obras del maestro costumbrista flamenco David Teniers el Joven, uno de los que en el siglo XVII reflejó en sus pinturas el ambiente de las casas de fumadores de la época, hasta un par de dibujos de Picasso, también de fumadores; desde las máquinas empleadas en el cultivo y tratamiento del cáñamo, cuando era legal, hasta los antiguos frascos de medicinas cuya elaboración incluía extracto de cannabis y otros opiáceos; desde pruebas documentales del uso del cannabis como herramienta religiosa de acercamiento a los dioses hasta escritos acerca del parisino Club des Hashischins, compuesto entre otros por Baudelaire, Délacroix, Balzac, De Nérval, Dumas, Hugo y Gautier.

Acaso es la nostalgia de aquellos tiempos la que lleva a algunos visitantes a encender un porro en los balcones del palacio. Ocurre con regularidad, y obliga al personal a recordarles amablemente que no, por favor: que esto es solo un museo.