BALANCE DE UNA CELEBRACIÓN
Un mar de fiesta... y basura
A la verbena en la arena se sumaron muchos turistas y también lateros en busca de clientes
Con la caída del sol miles de personas acudieron en dirección a la playa para pasar allí la noche más corta del año, dejando a su paso la línea 4 del metro al borde del colapso. Muchos hicieron botellón sin miedo a las multas. Los lateros aprovechaban la multitud para vender cerveza, o «cerveza más fría», como decía alguno cuando veía que un compañero estaba teniendo más éxito con las ventas. Competencia desleal entre aquellos que se movían por la arena para vender mojitos, toallas de playa o artilugios con luces capaces casi de producir efectos alucinógenos.
Entre los grupos se escuchaba mucho acento extranjero. Algunos asiáticos hicieron flotar en el cielo lámparas de papel. Otras muchas personas no dejaron de tirar petardos y fuegos en toda la noche, en vertical y también alguno en horizontal. Los más valientes se metieron en el agua para que la mar arrastrase con ella su mala suerte.
La velada transcurrió tranquila, salvo alguna pelea y otros incidentes aislados que hicieron trabajar a los miembros de la Creu Roja. Entonces, la sirena de la ambulancia se mezclaba con la música de los chiringuitos que servían de pista de discoteca.
Pasaban las horas y la basura iba acumulándose en la arena. No ayudaba que los contenedores de cartón fuesen utilizados para avivar las llamas de las hogueras improvisadas, sobre las que saltaban algunas personas entre los vítores de los espectadores. Los más habilidosos se atrevieron a hacer volteretas por encima de la fogata, mientras que otros caían rozando su cuerpo contra el fuego. Pero todo sin grandes sustos.
Desalojo tardío
A las cinco de la mañana los megáfonos dieron el primer aviso para que los más fiesteros fuesen saliendo de la playa. Los chiringuitos echaban el cierre y, casi al unísono, todos dejaron sus altavoces apagados, aunque seguía sonando música. En la plaza del Mar, un grupo africano tocaba samba y percusión para deleite de decenas de personas.
Pero otras miles seguían en la arena, más atentas a captar la puesta de sol que a escuchar la megafonía, que a partir de las seis ya no sonaba como un aviso sino como una súplica. En tres idiomas -catalán, castellano e inglés- pedían una y otra vez a los rezagados que saliesen para dejar trabajar a los servicios de limpieza.
Hasta cerca de las siete menos cuarto de la mañana no se produjo el desalojo. En formación de guerrilla, hombro con hombro, los Mossos d'Esquadra escudaban en la Barceloneta al gran despliegue de limpiadores que iban recogiendo a sus espaldas las miles de latas, botellas, bolsas, restos de fuegos artificiales y otros tantos objetos de difícil identificación que quedaban en la arena, dejándola impoluta.
A las siete y media de la mañana pocas personas quedaban de las hasta 55.000 que, según el Ayuntamiento de Barcelona, decidieron pasar Sant Joan en las playas de la ciudad. Bastantes menos que otros años, según los datos oficiales y la impresión general, pero que ensuciaron igual que siempre.
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