Análisis

Monumental monumento

JORDI MERCADER

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Hace unos años, The Economist definió a Catalunya con un titular de los que joden: «La tierra de la prohibición». Esta nueva denominación de origen respondía a la decisión del Parlament de vetar las corridas de toros. Cualquier día nos dedican un nuevo reportaje con ocasión de la proscripción de los animales en el circo y la suspensión de las exhibiciones de los delfines en el zoológico, y a saber cómo nos catalogan ahora. Para la vanidad de un país siempre muy pendiente de lo que dicen de lo nuestro la media docena de cabeceras de referencia internacional no resulta muy halagador que nos califiquen tan negativamente, aunque a muchos les pueda parecer que la causa bien lo merece.

Desde hace tiempo, perdida su razón de ser como coso taurino, la Monumental es una estructura

inútil pero protegida arquitectónicamente y con un hipotético destino como equipamiento. Estos dos condicionantes complican mucho su reconversión. Descartado un centro comercial como Las Arenas, la más facilona de las salidas sería la de cubrir el ruedo y su perímetro de falso mudéjar, con aproximaciones bizantinas y modernistas, para utilizarlo como un pabellón multiusos para acoger un día una final de la Copa Davis y el otro un concierto de Julio Iglesias. Dios nos libre de más espacios multiusos. Luego habrá quien piense en un aparcamiento y en un equipamiento lúdico-cultural para el barrio. El rumor más atractivo y provocador es el de levantar una mezquita con el dinero de los amigos de Catar. Imaginemos la media docena de minaretes de la mayor mezquita de Europa compitiendo con los campanarios de la Sagrada Família para ver quién atrae más fieles y más turistas. El espectáculo sería comparable a la convivencia de Santa Sofía y la mezquita Azul en Estambul. Una fantasía, claro.

Memoria de los toros

Para ser consecuentes con la sensibilidad legislada por el Parlament, la vieja Monumental debería ser derruida. Si fue construida para ofrecer un espectáculo hoy imposible e ilegal, ¿qué sentido tiene conservarla? Pero aquí somos conservacionistas. Entonces, lo más propio sería dejar la Monumental en un monumento: rehabilitar la plaza y habilitar algunas dependencias para un moderno museo de la tauromaquia catalana. Hay una memoria popular de la ciudad, y del país, vinculada a los toros, al arte que muchos quieren ver en las corridas, y dudo de que pueda borrarla una ley por muy legítima que esta sea. La conservación de la plaza sería un recordatorio permanente para todas las creencias. Para unos, un monumento a la prohibición del arte taurino en Barcelona, a la victoria del respeto a los animales sobre las costumbres de los bárbaros; para otros, el altar de su derrota, el recuerdo de una tradición apasionante eliminada por una mayoría parlamentaria.