BUCÓLICOS ANÓNIMOS

Cuando la vida es un pastel

Escaparate lleno de tentadores pasteles y dulces en el barrio Gòtic.

Escaparate lleno de tentadores pasteles y dulces en el barrio Gòtic.

JOAN BARRIL

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Hay una larga tradición de pastelería en nuestra ciudad. Pero no existe todavía un pastelito o algo así que reciba el nombre de la ciudad. Hay lionesas, se supone que de Lyon; hay Selva Negra de los bosques del sur de Alemania; y hay catanias de la ciudad sicialiana; y elbisbalencde La Bisbal; los filipinos, de las lejanas islas, y las napolitanas, naturalmente de Nápoles. Pero en el mosaico de iconos barceloneses que este periódico está impulsando desde hace semanas falta una pizca de pasta dulce que lleve el nombre de Barcelona.

Porque en Barcelona hay muy buenas pastelerías, pero se han limitado a los torteles -o roscones- de la clase media dominical. Lo que importa es un dulce de entretiempo, que sirva tanto para el desayuno como para el feliz reposo de la merienda adulta. De eso no hay. Y hay que ir a escarbar en la imaginación de los obradores.Christian Escribàes tal vez uno de los pasteleros que más puede hacer para encontrar la fórmula definitiva de la Barcelona dulce. Me acerco a una de sus pastelerías, la que se encuentra en Gran Via esquina Villarroel. En las paredes se encuentran los hitos más importantes de la dinastíaEscribà. Presidiendo el salón está enmarcado el uniforme de DonAntonio Escribà,que tanto hizo para llevar el sentido de la Barcelona Olímpica al espectáculo íntimo del sabor y la textura. En las mesas de casaEscribàse sientan parroquianos de toda la vida y también pequeños grupos familiares orientales que se sienten embelesados ante los productos que surgen de los mostradores. La pastelería era un acto pecaminoso y hoy es un pequeño signo externo de la humildad del gusto. Por las manos deChristian Escribàhan pasado los U-2, guitarras de chocolate, cobis deMariscaly Bullis deFerran Adrià.Todo lo que se mueve puede ser inmortalizado en chocolate. Y los pasteles nupciales suelen ser más eternos que los novios.

En una pared del salón deEscribàuna magnífica secuencia nos ofrece el momento en el que un hombre sopla una vela en un pastel frente a otros comensales. En cuatro grandes fotografías se ve como el pastel de la vela estalla y va cubriendo de nata, merengue y frutas a los perplejos asistentes. Eso es el pastel: una mínima narración de lo que nos sucede basada en la ilusión, el ritual, la sorpresa y la necesidad mutua de lamernos y de regresar de nuevo a nuestros quehaceres. Las pastelerías de Barcelona son hoy lo más parecido a las parroquias de la Iglesia. Hay fieles que no se mueven de su comunidad y allí acuden dispuestos a sentir la eucaristía de los días festivos. PeroEscribàha hecho posible que la repostería sea un arte en sí mismo. Ni un complemento postrero ni tampoco una pequeña contribución calórica. Por las manos deEscribàsale el arte, el espectáculo y unas dosis de optimismo que valen más que el pastel que se lleva a la mesa.

Solo los fuegos artificiales y los pasteles consiguen que la gente se emocione con gritos de «¡Oooooh!» ante lo que no se espera. El pastel deEscribà, cuando llega al borde de la mesa de la fiesta, ha de estar oculto como los grandes tesoros de la Humanidad. Y solo al descubrirlo las voces se callan y una extraña sonrisa de niño acaba convirtiendo la sala más barroca en un patio de escuela. Me gustaría trabajar en ese lugar donde las materias penetran en las manos de los que las trabajan y las formas consiguen sacar la alegría de entre el magma de la nostalgia. El mejor pastel no es el que nos hemos comido, sino el que algún día vimos y nunca volveremos a ver. Más o menos como los atardeceres de verano o los amores salvajes y huidizos.