a pie de calle
Pasos limpios, rápidos y seguros
Catalina Gayà
Periodista
CATALINA GAYÀ
Lo cierto es que les han lavado la cara y el sol ahora se cuela por estos pasos cubiertos que, desde el medievo, conectan el paseo del Born con los interiores del barrio. En noviembre, cuando empezaron las obras, la calle de la Formatgeria, la de la Volta d'en Dusai, la de En Bufanalla y la de los Tamborets eran urinarios públicos. El monto de las obras subió a 150.000 euros, pero, de momento, huelen a limpio, a renacido. En el paso de la Formatgeria, alguien pintó un corazón feliz en un marco.
Es el Born del 2013. Es el Born que, describe una vecina, ahora es un barrio de turistas. Pilar Paricio, así se llama la mujer, sigue en la calle de la Formatgeria porque siempre ha estado ahí, porque su marido regentaba un bar de nombre Baleares -ahora es el bar de copas El Granuja- y porque en su edificio estuvo el palomar más antiguo de Barcelona -«tengo periódicos que así lo explican», asegura- y en su casa hay una baldosa que pusieron por allá el 1600 y pico, y se ve que el albañil era zurdo «porque el 6 está al revés».
Del barrio, mucho que explicar de la historia «del vecindario obrero y trabajador que era», y poco, muy poco, ahora. «Ahora se van los de las tiendas de ricos y quedamos pocos de los que había antes». Nada más.
En la calle de la Formatgeria hay una lavandería, y esa es señal inequívoca de que por aquí hay gente de paso. En el Born, de hecho, los vecinos tienen fecha de caducidad, son solo por unos días. Llegan con maletas de ruedecillas, duermen en calles que llevan por nombre los apodos de otros vecinos de otros tiempos (Bufanalla, por ejemplo), los nombres de antiguos oficios (Tamborets es una de las ramas de la carpintería naval) o hasta apellidos patricios (Dusai) y siguen el viaje o regresan a su rutina. Son fast citizens: estancia del viaje entre un fin de semana y 10 días y con escaso contacto con los locales, simplemente porque de estos ya no quedan muchos y muchos de los que quedan ya no están de humor para ser buenos anfitriones.
Justo cuando la señora está a punto de rememorar los últimos 20 años del barrio -cerró semillas Fitó, subieron los alquileres, se tuvieron que ir los chicos que pintaban sobre telares y se abrieron tiendas que están aquí y en Londres- llama un vecino del pasaje de la Pau.
El ayuntamiento acaba de quitar la placa que se puso por consenso vecinal para que un rincón sin nombre dejara de ser la plaza de los yonquis y se convirtiera en la de Papau. Cuando un algo, sea lo que sea, tiene nombre pasa a la categoría de apropiado y la acción reivindica el espacio.
El vecino no está enfadado, pese a que fue en un A pie de calle donde se publicó la existencia de esa plaza no oficial y embellecida por la voluntad de los vecinos. Solo informa del hecho: la placa ya no está.
Salgo de la Formatgeria por la calle de la Esparteria. Unas bicicletas naranjas casi me atropellan. De frente, vienen tres chicos con maletas de ruedecillas. Se quedarán unos días
-las escuelas británicas están de vacaciones- y regresarán.
Se harán alguna foto en los pasos cubiertos. Seguro.
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