a pie de calle
La ciudad de las 1.900 fuentes
Catalina Gayà
Periodista
CATALINA GAYÀ
La señora recogía agua en botellas de plástico. Eran de las de litro y medio porque las escaleras en los edificios del centro son larguísimas y, a los 80 años y pico, suponen un esfuerzo descomunal. «Vengo a buscar agua porque han limpiado la fuente, y así me ahorro unas perrillas», decía. ¿Es buena? «Sí, no sabe mucho a cloro». La escena ocurría hace dos semanas en la fuente que hay en la calle de Joaquín Costa. Unos días después, ya en el fin de semana, un grupo de alcohólicos colonizaba dicho surtidor y lo utilizaba como reposadero. De un aparato de música -de los de cinta- se escuchaba una bachata pegadiza, de las que se oyen en los autobuses urbanos en Latinoamérica.
«Suelen estar ahí siempre», decía una vecina. Hace dos años, hubo quien quiso eliminar fuentes argumentando que provocan quejas vecinales. La vecina describía la presencia de esa gente en la fuente sin mostrar ni malestar ni alegría. Solo narrando la pluralidad de usos urbanos que llega a acumular un mismo espacio. En Barcelona, según datos del área de medio ambiente, hay 1.900 fuentes, una por casi cada 900 habitantes. De estas, unas 1.600 son de agua pública y unas 300 son ornamentales. Los distritos con más surtidores son el Eixample y Sant Martí. En Sants-Montjuïc, en cambio, abundan las ornamentales. Esta cronista investiga cuáles son las fuentes inmemoriales de Barcelona. En dicha búsqueda, encuentra que, como toda urbe, Barcelona ha vivido siempre pendiente de cómo abastecerse de agua. El propio trazado urbano es una muestra de ello. En el nomenclátor hay 11 calles con nombres de torrentes; siete calles con nombres de rieras; y múltiples alusiones a acequias, ramblas, riegos, pozos.
Es en Ciutat Vella donde están las tres fuentes más antiguas. En la plaza de Sant Just, una mujer explica que un vecino suele recoger agua en garrafas. Esta cronista se sienta en las escaleras de la iglesia de Sant Just y observa la fuente con más historia de la ciudad. Ha manado agua durante los últimos siete siglos. Pasa un joven con un perro. El can está sediento y su dueño busca la fuente. El agua es potable, pero el hombre no bebe. Un grupo de alemanes llega a la plaza. Acostumbrados a otras ciudades europeas, uno se dirige a la fuente y se refresca. Son pocos los barceloneses que lo hacen, piensa esta cronista.
Origen gótico perdido
Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre la fecha en la que se inauguró este surtidor. Algunos afirman que data de 1367 y otros, de 1427. Fue elconsellermunicipal en capJoan Fivaller-hay una escultura de él en la fachada del ayuntamiento—quien ordenó que lo construyeran. De la fuente original ya queda poco: en 1831 se eliminó el cementerio que hubo en lo que ahora es la plaza y la fuente perdió su origen gótico. En el 2003, se instalaron dos grifos y las tres máscaras -por donde antes salía el agua- quedaron como elementos de decoración.
Hay un guía explicando la historia de Barcino frente a la fuente que hay en la calle de la Portaferrissa. Nadie nunca bebe agua de esa fuente.
La tercera fuente más antigua de Barcelona es la que hay en Santa Maria del Mar. Son tantas las terrazas de los bares que han colonizado el espacio que, hasta la medianoche, la fuente pasa desapercibida.
En la plaza de Catalunya, descubro una fuente adaptada a personas con discapacidades. Las palomas que revolotean por todos lados -hasta beben agua de la fuente —quitan la sed a cualquiera.
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