REIVINDICACIÓN VECINAL EN NOU BARRIS

Refugio de la memoria

El testimonio 8 Bernarda Feijo, frente a una de las puertas de uno de los refugios de Can Peguera, el lunes.

El testimonio 8 Bernarda Feijo, frente a una de las puertas de uno de los refugios de Can Peguera, el lunes.

HELENA LÓPEZ
BARCELONA

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En la calle de Cornudella cuatro puertas metálicas con un halo de misterio, pequeñas y visiblemente viejas, son los únicos vestigios de su existencia. Por ellas se entraba, según cuentan los veteranos, a los dos refugios antiaéreos construidos bajo el Turó de la Peira, excavados en el año 1936 por los propios vecinos del en aquel momento jovencísimo barrio de Can Peguera. «Los hicieron los hombres y también algunas mujeres de aquí. Trabajaban en ellos por las noches, cuando acababan la jornada laboral». Habla Bernarda Feijo, nacida tres años antes del inicio de la guerra civil en Can Peguera, hoy por hoy el único núcleo de casas baratas de la ciudad en pie y sin ninguna amenaza urbanística.

Como cualquier colonia obrera que se precie, el de Can Peguera fue un barrio especialmente combativo en la defensa de la república. «Nada más empezar la guerra, formaron un comité y convirtieron la iglesia en la casa del pueblo», explica con orgullo Pep Ortiz, presidente de la asociación de vecinos y de la coordinadora de entidades de Nou Barris, red vecinal que lleva desde el año 1986 luchando para que el ayuntamiento rehabilite uno de estos dos refugios. Son conscientes de que en la ciudad ya hay refugios recuperados y visitables -e incluso uno convertido en museo, el ya famoso 307, en el Poble Sec-, pero reivindican su «propia historia». «En otros barrios tienen piedras que recuerda su pasado. Aquí, no. Nou Barris era una zona de masías y se las cargaron todas. Queda muy poco en pie de su historia, y lo que hay se tiene que reivindicar», señala Ortiz, quien destaca que «quizá el refugio de Cornudella no tenga valor arquitectónico, pero sentimental lo tiene todo».

Barrio convulso

Fue precisamente esa convulsión social - «había muchos anarcosindicalistas y también comunistas», recuerda Feijo- la que hizo temer a los habitantes de la zona que podían ser objetivo de un bombardero franquista, por lo que decidieron no depender de nadie -el propio ayuntamiento tejió bajo una ciudad una amplia red de refugios- y construir ellos mismos sus escondites. «Por suerte, no llegaron a bombardear sobre nosotros, pero era corriente ver los aviones sobrevolar el barrio para dirigirse hacia el Raval o el puerto. Yo era muy pequeña, pero recuerdo estar en la terraza del bar del Jaime y verlos pasar», revive Feijo.

Tras el final de la guerra, algunas familias sin recursos se instalaron allí de forma precaria, en una especie de ocupación que duró algunos años, hasta que se acabó de construir el barrio y pudieron instalarse en una vivienda digna.

Dos pájaros de un tiro

Justo sobre uno de estos refugios está prevista la ejecución de la segunda fase del casal de barrio La Cosa Nostra, donde se levantará -los vecinos esperan que más pronto que tarde- un equipamiento infantil y juvenil. La propuesta de la coordinadora vecinal es que el ayuntamiento aproveche esta también reivindicadísima obra -muy necesaria por las características del barrio- para rehabilitar la guarida antiaérea.

La intervención en el lugar, literalmente sobre el Turó de la Peira, es compleja, así que los habitantes temen que se trata casi de una última oportunidad para rescatar ese pedazo de su no tan lejana historia. Es decir, que o se rehabilita con la construcción, o la construcción terminará de acabar con él.

«Antes abríamos el refugio para la fiesta mayor, pero hace años que es imposible. Ya no es seguro», cuenta Feijo, quien describe los refugios como «muy grandes y en forma de herradura». «Cabía mucha gente. No solo servía para la gente del barrio, también venía gente del Turó de la Peira y hasta de Horta y de Sant Andreu», añade la mujer, quien tiene el orgullo de conservar el primer contrato de alquiler de Can Peguera, firmado por sus padres en el año 1929.