La ciudad reinventada

El día que Le Corbusier pasó por la calle del Bisbe

El puente de ridículos aires venecianos es la etiqueta 'Made in China' que delata cuán falso es el centro de Barcelona

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Carles Cols

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El puente gótico de la calle del Bisbe es, por su estilo excesivo, la etiqueta Made in China que delata la falsedad del barrio de la catedral de Barcelona. Tiene padre. Es Joan Rubió, discípulo de Antoni Gaudí y tío de otros dos personajes estrechamente ligados a la historia de Barcelona. Su sobrino Santiago Rubió es el ingeniero que diseñó el eje central de la línea 3 del metro. Su sobrino Nicolau creó escuela con algunos jardines emblemáticos de la ciudad. Tal vez fuera genética esa voluntad de dejar huella. El caso es que como arquitecto de la diputación, Joan Rubió se encargó de la gotificación de la Casa dels Canonges, un proyecto que decidió que no quedaría completo si no le añadiera un sello personal, el puente, que dio pie a mofas y risas de todo tipo en su época pero que hoy, boquiabiertos y engañados, fotografían cientos de turistas por hora.

L'Esquella de la Torratxa fue entre 1872 y 1939 la mirada irónica de todo cuanto acontecía en Barcelona, a veces en forma de texto, a veces con viñetas. En 1912, la revista ridiculizó La Pedrera como una especie de aparcamiento futurista de aeronaves que gestionarían los nietos de la familia Milà. La imagen es más que célebre. Al puente de la calle del Bisbe le llegó el turno en mayo de 1928, un mes después de la inauguración del disparate, sin necesidad apenas de caricaturizar la arquitectura de la obra. Proponía el autor del chiste cuatro usos para la herencia que Rubió dejaba a la ciudad. Inundar la calle para obtener así una hermosa estampa veneciana, representar allí una versión de Romeo y Julieta o, mejor aún un Tenorio, y, por último y más factible, aprovechar el cobijo que ofrece los días de lluvia.

Pastiche pedante

Lo que L'Esquella de la Torratxa utilizaba para echar unas risas era, sin embargo, objeto de un enojo morrocotudo en ambientes más serios. El escritor y periodista Manuel Brunet alertaba en uno de sus artículos que el barrio que se pretendía dotar de vida «pronto será un pastiche, una pedantería».

No obstante, el polémico callejón en el que se estaba metiendo la arquitectura catalana queda retratado mejor que en cualquier otra parte en la reseña que el periódico Mirador dedicó en 1930 a la visita a Barcelona de Charles Édouard Jeanneret-Gris, alias Le Corbusier.

«Nos encontramos con un Le Corbusier de carne y huesos sinceramente impresionado por la excelencia de nuestro gótico, y eso nos dejaba satisfechos y con cierta dosis de orgullo barcelonés». Contaba así el articulista la visita a pie por el centro de la ciudad con el prestigioso arquitecto franco-suizo. Al salir de la catedral, no obstante, la comitiva reparó en que su ruta les llevaba de cabeza a la calle del Bisbe. «Nois, estamos perdidos. ¡El puente! Ahora tendremos que pasar por debajo del puente gótico. Una ola de vergüenza nos cubrió la cara. Le Corbusier lo miró y no dijo nada. Nosotros le agradecimos tanta gentileza y apretamos el paso para llegar rápido a la plaza del Rei».

La visión de aquel exceso, sin embargo, le perturbó. Al parecer, tras meditarlo con la almohada, Le Corbusier se reencontró con parte de sus anfitriones y se soltó:«¿Cómo es posible que en mitad de vuestro admirable gótico haya podido surgir ese puente florido, nuevo y podrido?».

A Rubió, las críticas al puente le acompañaron prácticamente hasta el lecho de muerte. Otra cuestión es que le importara, pues en público teorizó que las obras en curso en el centro de la ciudad se limitaban a completar lo que los arquitectos medievales no tuvieron tiempo de terminar.