A pie de barrio

Los vecinos admiten mala convivencia pero rebajan su gravedad

DAVID PLACER / MARINA MUÑOZ
BARCELONA

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El problema acapara casi todas las quejas y comentarios de los vecinos. Los conflictos de escalera (los ruidos, la suciedad y la sobreocupación) preocupan tanto a locales como a inmigrantes de La Salut de Badalona, un barrio en el ojo del huracán desde que saltó a la luz pública por sus protestas ciudadanas contra los gitanos rumanos. La gran mayoría reconocen conflictos de fondo, aunque difieren en su alcance: para algunos siempre han existido y deben ser afrontados de forma sosegada, mientras que para otros el gobierno local y la policía deben actuar con más contundencia.

Las opiniones fueron recogidas ayer en una encuesta realizada entre vecinos y entidades de la zona para la serie A pie de barrio que esta semana analiza La Salut. Las entidades y las asociaciones de vecinos y comerciantes aseguran que, a pesar del descontento en las escaleras conflictivas, el barrio ha mejorado de forma importante en los últimos años por las reformas en las calles, la llegada del metro y los cambios en la limpieza y la iluminación. Casi todas las personas que se presentaron de forma espontánea a la convocatoria que hizo ayer este diario para entidades y vecinos quitaron importancia al malestar vecinal.

MEJORAS / «El barrio ha mejorado un 100%. Las calles y las aceras están mucho mejor. Sí, hay problemas de convivencia en algunas escaleras con gitanos rumanos, pero el problema ha bajado en los últimos meses», asegura Rupero García, presidente de la comisión de fiestas. «Antes nunca limpiaban los domingos y estaba todo mucho más sucio», agrega Antonio Casín, jubilado de 69 años.

«A veces se ven las pipas y las latas en los parques. No son muy limpios, pero no es algo que a mí me afecte demasiado. Me gustaría que no lo hicieran, pero no es mi principal problema», agrega Rafael Madueño, de 56 años y en paro.

Pero otros vecinos creen que los problemas de convivencia se están desbordando y algunos residentes de nacionalidad española comienzan a sentirse en minoría. Tal vez lo más curioso es que algunos inmigrantes también compartieron esta visión. «Me han robado tres veces en cuatro meses. Los rumanos dejan toda la plaza sucia y no podemos vivir tranquilos con tantos gritos. He vivido en Granada y en Santa Coloma y no había estos problemas. Este barrio es una porquería y si pudiera vivir en otro lado me iría», explica Jinxing Huang, un inmigrante chino de 52 años y residente en España desde 1985.

«Si te descuidas, te quitan el bolso o el monedero. Conmigo no lo han conseguido, pero sí lo han intentado», explica Sonia Lerma, otra vecina en paro de 33 años.

USO POLÍTICO / Los representantes de las entidades creen que el problema real ha sido sobredimensionado por el PP para captar los votos de los vecinos descontentos. «El PP nos ha imputado un problema de forma descarada. Muy descarada. Ya había pisos patera en los 60 cuando vinieron extremeños y andaluces», dice Miguel Terrino, miembro de la FECAC, federación andaluza que organiza la Feria de Abril de Catalunya.

Lo que más lamentan muchos vecinos es que la agitación política y el eco mediático del conflicto termine por devaluar su único patrimonio: el valor de sus pisos. La preocupación es creciente en la calle de Pau Piferrer donde unos 20 carteles anuncian la venta de viviendas, algunas de ellas fincas enteras. «Antes los pisos valían dinero y ahora no valen nada con la imagen que están dando», dice Felipe Cañadas en referencia a la campaña del PP.

Contra esta devaluación del precio de la vivienda juega la llegada del metro que ha mejorado la vida de quienes estudian y trabajan en Barcelona. La L-10 conecta mediante cuatro paradas con la estación de intercambio de La Sagrera y ha puesto fin a un aislamiento histórico.

La constante presencia policial también genera diferentes opiniones. Los vecinos antiguos piden más vigilancia y control incluso de los actos incívicos menores como dejar basura en el suelo. En cambio, algunos jóvenes magrebís denuncian un acoso constante. «Nos piden los papeles hasta cinco veces al día solo porque estamos en la calle. ¿Dónde quieren que estemos?», se queja Abdel Nasare, un vecino en paro de 19 años.