REPENTINO AUGE DE LA CORRUPCIÓN DE MENORES

El último burdel

Los Mossos irrumpen y cierran el único piso de prostitutas que había en el Baix Llobregat tras el cierre del Saratoga y el Riviera

El edificio que albergaba la casa de citas clausurada por la policía en Viladecans.

El edificio que albergaba la casa de citas clausurada por la policía en Viladecans.

MAYKA NAVARRO
VILADECANS

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Hasta que la jueza Elisabet Castelló ordenó cerrar, el 7 de marzo del 2009, los clubs Saratoga y Riviera, la comarca del Baix Llobregat tenía uno de los porcentajes de prostitutas por habitante más altos de Catalunya. Desde entonces solo ha funcionado una casa de citas, en el número 5 de la calle de Anselm Clavé de Viladecans. Un desordenado y sucio inmueble de tres plantas que servía de vivienda y lugar de trabajo de siete mujeres y un transexual que tras la irrupción de los Mossos d'Esquadra el pasado 9 de junio detallaron en sus declaraciones en comisaría las condiciones en las que subsistían y que describen el régimen de semies-

clavitud en el que ha degenerado cierto tipo de prostitución.

Al piso llegaron los mossos de la Unidad de Investigación de Gavà tras la denuncia de un robo con violencia, que resultó ser falsa, y que la dueña del prostíbulo interpuso contra un cliente que se quejó por la calidad del servicio y del gramo de cocaína que compró en el mismo piso.

Trabajo a destajo

La casa de citas, distribuida en tres plantas, funcionaba las 24 horas del día, los siete días de la semana. Sin descanso. A cualquier hora del día o la noche, Leonor o su hija Elisenda avisaban a las chicas para que posaran en ropa interior y el cliente hiciera su elección. Tarifa fija. 50 euros por media hora de servicio completo, con derecho a un refresco, cerveza o whisky con cocacola, y la posibilidad de comprar cocaína, tal y como declararon a los mossos desde clientes a extrabajadores e incluso todas las chicas.

El trato a las mujeres era autoritario, vejatorio e intimidatorio. Pagaban 30 euros por dormir y trabajar en la casa, lamadamese quedaba con la mitad del servicio y se había establecido una tabla de multas que se imponían por llegar tarde o quedarse dormida.

Marcelina, de 26 años, guineana, llegó al piso de Viladecans el día antes de su detención porque una amiga le dio la dirección: «No tenía trabajo. Necesitaba dinero para mantener a mis tres hijos y si hacía de prostituta quería que fuera lejos de mi ciudad», en Alcoy. No le dio tiempo de hacer ningún servicio.

Andreia, brasileña de 36 años, declaró que trabajaba 21 días seguidos. Sin salir del piso. A destajo. Acostumbra a estar tres semanas en cada local. Luego regresaba a su casa, en Bilbao, pasaba una semana con su marido en paro, y volvía a otro club. Aseguró que nunca fue obligada a hacer un servicio con un cliente, aunque tampoco rechazó a ninguno.«El servicio incluía la posibilidad de comprar coca. Pero solo a gente conocida», declaró.

Transexual muy solicitado

La paraguaya Antonia, de 44 años, llegó directamente desde su país no hacía ni una semana. El teléfono del piso de Viladecans se lo pasó una compatriota. Llamó, compró con los ahorros un billete de avión y aterrizó en Barcelona. Alquiló una habitación en la calle del General Prim de Barcelona al dueño paquistaní del primer locutorio al que entró y pactó con Leonor que solo trabajaría seis días a la semana. El séptimo, descansaría.

Cada mujer hacía unos tres servicios al día, algunas como Lidiane, el transexual brasileño de 27 años, hasta diez. Era el más solicitado. Tras la irrupción de los Mossos el piso cerró y ya no ha reabierto. En el Baix Llobregat no hay ahora ni un solo prostíbulo.