EL REFUERZO AZULGRANA

Dani Alves, una inyección de adrenalina para el Barça

Xavi conoce mejor que nadie a su primer fichaje. Por eso quiere reincorporarle al Barça. Porque aportará virtudes que echa en falta en la plantilla para recuperar al equipo.

Dani Alves, en un entrenamiento del Barça en 2015.

Dani Alves, en un entrenamiento del Barça en 2015. / Jordi Cotrina

Joaquim Piera / Joan Domènech

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Energía. Fuerza. Agresividad. Ritmo. Imprevisibilidad. Carisma. Alegría. Experiencia. Locuacidad. Nervio. Personalidad. Competencia. Todos esos ingredientes, y algunos más, inyectará Dani Alves al Barça. La mezcla de elementos que administrarán la dosis de adrenalina a un equipo que necesita una reacción inmediata.

Xavi conoce mejor que nadie a Alves. Estuvieron 7 temporadas juntos (2008-15) y compartieron la misma parcela del campo, el flanco derecho que completaba un tal Messi. Habrá perdido facultades el brasileño, a los 38 años, pero ninguna de las que necesita ahora el Barça. Virtudes que a Xavi ninguno de sus pupilos, individualmente,  puede ofrecerle.

Alves se marchó con 33 años y su reincorporación a los 38 indica el declive del Barça durante este lustro; no solo por la pérdida futbolística que espera recuperar de Alves, sino porque solo puede acceder a refuerzos gratuito de ficha testimonial y variables por rendimiento. Condiciones económicas que muy pocos jugadores aceptarían, a no ser que se traten de versos libres como el defensa, que ha confirmado con su acto de ofrecerse que es culé como pocos. Algo que lleva declarando mientras estuvo, cuando estuvo a punto de irse (2015) y cuando realmente se fue en 2016. 

Volantazo por el camino

Gratis se fue, tras cumplir una última temporada de las dos que firmó para ayudar al Barça por la sanción de la FIFA que le prohibía fichar. Recaló en la Juventus, pero solo duró un año. Se comprometió con el Manchester City, pero dio un volantazo y se quedó a medio camino, en el París Saint Germain, para jugar con Neymar. Dos años, antes de regresar a Brasil para cumplir la promesa a su padre, Domingos, de que jugaría con la camiseta tricolor del Sao Paulo, del cual es torcedor desde su infancia pobre en Juazeiro, en el norte de Bahía. 

"Una de las presentaciones más grandiosas de la historia del fútbol brasileño", definió la prensa paulista sobre los 45.000 aficionados reunidos en el estadio del Morumbí. Alves reactivó a la alicaída torcida tricolor, que no celebraba nada desde la Copa Sudamericana 2012. Le dieron el dorsal 10. Una declaración de intenciones. Dani prometió lo que mejor sabe hacer: ganar títulos.

Alves, en San Siro (Milán), antes del Italia-España.

Alves, en San Siro (Milán), antes del Italia-España. / Miguel Medina / Afp

Alves llevó el 10 en el Sao Paulo, ganó otro título y se marchó, dolido por el dinero que le debían

En el proceso de reconstrucción tricolor, se fichó a Fernando Díniz, un entrenador joven, radical del fútbol de posesión y a quien ya habían apellidado como el Guardiola brasileiro por su concepción del juego, no por su palmarés. Hubo química entre un técnico relativamente novato y un Alves marcado por el ADN blaugrana que el mejor Barça de la historia le tatuó en la piel.

Como los saopaulinos acababa de fichar al excolchonero Juanfran, Alves pasó a jugar del clásico 10 brasileño, llevando la manija del juego ofensivo. Su libreto táctico y la mejora en la calidad del pase sostuvieron su reinvención como centrocampista con 36 años. Ayudó a limpiar el vestuario, subió el nivel competitivo y bajó los humos algún canterano engreído con la complicidad de su técnico.

Alves, con la camiseta del Sao Paulo, jugando frente al Palmeiras.

Alves, con la camiseta del Sao Paulo, jugando frente al Palmeiras. / Nelson Almeida / Reuters

Jugó 95 partidos entre los 36 y los 38 años, como prueba de su excelente condición física

Un futbolista contracultural

Dani no fue el ídolo en los moldes que la elitista e impaciente torcida tricolor esperaba. Sus declaraciones se interpretaban como un acto de altanería. Alves fue contracultural. Su frenética actividad en las redes sociales causaba el mismo estupor que, a veces, tenía el barcelonismo a 9.000 km. de distancia.

La temporada 2020, entrecortada por el Covid-19, tenía que ser la de su consagración. El Sao Paulo era el líder del Brasileirao, pero en la hora H se desmoronó: solo sumó 2 puntos de 18 posibles. El Flamengo fue bicampeón y el Sao Paulo cuarto. Allí todo se torció.

Alves y Messi en un Barça-Zaragoza en 2011.

Alves y Messi en un Barça-Zaragoza en 2011. / Jordi Cotrina

Promesa cumplida

Llegó Hernán Crespo (otro técnico de la nueva hornada), devolvió a Alves en el lateral, y encaró el Campeonato Paulista como si fuera la Libertadores. Ganó en la final al Palmeiras y acabó con una travesía en el desierto de nueve años. La torcida lo celebró tal que fuera uno de los títulos de la era gloriosa de Telé Santana. Alves había cumplido (ser campeón como en sus anteriores clubs) y se sintió liberado.

El desgaste con la directiva, que quiso deshacerse de su estrella porque era el mejor pagada, se hizo insostenible. A pesar de los 95 partidos (lo que explica su extraordinaria condición física de los 36 a los 38 años), 10 goles y 15 asistencias. Las filtraciones dañaron su imagen. Ganó el oro olímpico y en septiembre dijo basta, herido. Le adeudaban 3 millones de euros. Decidió volver al lugar donde siempre se sintió querido. Al Barça. Es amor, no dinero.