Messi decide que la Liga continúe
Dos goles del astro en una actuación impresionante acaban con el Madrid cuando celebraba el empate en un gran clásico
Joan Domènech
Periodista
Periodista. Título de Entrenador de fútbol nivel A. Deportista vocacional. Tras retirarme como futbolista, empecé a trabajar en Mundo Deportivo (12 años, 1988-2000). He asistido a cuatro Mundiales y cuatro Eurocopas. Coautor de varios libros. Miembro del colectivo ‘Periodistes Solidaris’ y 'Amics de Johan'.
JOAN DOMÈNECH / MADRID
Se quitó la camiseta y la enseñó. Como si estuviera a punto de tenderla. Mojada estaba. De sudor. De la última carrera del Barça, de relevos, que comenzó Sergi Roberto en una esquina del Bernabéu, la continuaron André Gomes y Alba en el córner opuesto y remató Messi en el centro. El impagable dios del fútbol decidió que el Barça seguiría peleando por la Liga. Una Liga que se escurre por los errores del equipo, que estaba perdida, y que ahora traslada toda la presión al Madrid.
Dos goles con dos cojones. Con perdón. Para sumar los 500 de la efemérides, en un doble descuido que el Madrid pagó caro: Leo liquida con rápidez las efemérides y Leo traduce en goles las provocaciones.
A LA CAZA
Hay que tenerlos muy buen puestos para jugar como en el patio del colegio, con frescura, osadía, brillantez, inocencia, en un campo hostil, con un defensa (Marcelo) que te rompe el labio con un codazo, con un centrocampista (Casemiro) que dobla tu tobillo, con un central (Ramos) que te ataca con los pies por delante y con dos centrocampistas (Modric y Kovacic) que te entran por detrás.
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Hay que ser muy bueno para anudarse el balón al pie e ir sorteando rivales como los niños regatean conos a una velocidad supersónica. Hay que ser único para arrastrar a todo un equipo, a todo un club, a todo un país sin un mal gesto ni una mala cara y poder decidir su destino.
MÁS FÚTBOL QUE ESTIÉRCOL
El clásico fue por una vez, un partidazo. No le faltó de nada, con penaltis no pitados, con expulsiones pitadas y obviadas, protestas y simulaciones, pero hubo más fútbol que estiércol sobre el césped. Un maravilloso duelo en el que brillaron los dos porteros, algunos defensas (Carvajal, Piqué), varios centrocampistas (Busquets por encima de todos) y un delantero.
La leyenda del Madrid cobró forma con el gol del empate a cinco minutos del final, gracias a uno de sus proscritos (James) y cuando jugaba con diez. Solo dos añadió el árbitro. Algunos azulgranas se lamentaban por el disgusto y algunos madridistas empezaron a perder el tiempo, felicísimos con el empate.
UNA BALA ADICIONAL
Los precedentes dictaban que el clásico no es concluyente (el Barça ha sido campeón perdiendo y ganando en Madrid), pero estuvo a punto de ser definitivo. Messi no quiso. Anuló la ventaja blanca, que se reduce a la bala adicional del partido aplazado ante el Celta.
Se presentó el Barça con el equipo A, como si no tuviera otro –no lo tiene pese a la millonada invertida–, repitiendo la misma alineación en los tres últimos partidos con mínimas novedades. La de ayer, obligada, fue la de Alcácer por Neymar. Nada que ver. El valenciano pudo consagrarse pero desperdició una gran ocasión.
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La intervención de Zidane fue tan atrevida como la de Luis Enrique. Tiró de manual y recurrió a todo el generalato. Sin rastro de Isco. Ni antes ni después. Optó por el nombre (y el coste) de Bale. Y el galés se quebró. Tierno como estaba de su lesión, se rasgó antes del primer tiempo. Salieron Asensio y James antes que Isco.
EL INVENTO
Bale empezó de extremo izquierdo y acabó de extremo derecho, cuando Zidane anuló el invento que había perpetrado, con el equipo cojeando. No le impidió tomar el mando ante un Barça que compareció tibio, dubitativo. Los clásicos van a golpe de apariciones fugaces y cuando los azulgranas se habían estabilizado, marcó Casemiro; cuando los blancos se habían acomodado atrás para defender la ventaja, Messi les descosió.
En los clásicos también se mira al árbitro. Más que a nadie. Hernández era un tipo con antecedentes y dejó un reguero de errores con la inestimable ayuda de sus asistentes.
El Barça fue reconocible y admirable por mostrarse tal como es. Con sus virtudes y sus defectos. Huyó de la ida y vuelta, donde nada tiene que hacer ante el fulgurante Madrid, apeló a su técnica y a su paciencia, armando el fútbol paso a paso, cosiendo las jugadas.
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Ningún equipo puede combatir la velocidad de balón azulgrana, cuando esa velocidad es alta. Trazando triángulos con origen y final en Busquets. El mediocentro repartió mil pases a un toque. Cuando llegaba un rival, el balón ya había salido hacia otro destino.
La bola solo se paraba a los pies de Messi. En realidad, se detenía el tiempo. Las 80.000 almas y los 21 humanos del césped miraban. Solo 10, y unos 500 culés en una azotea, aplaudieron a Messi.
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