"¡Cálmate, Juanpi!", le gritaban sus compañeros en la puerta de la discoteca. na vez más, Juanpi perdió los papeles aquella noche del viernes. Mucho se ha hablado de los porteros de discoteca, pero parece que es necesario reabrir el debate. Diez años después del lamentable suceso de Wilson Pacheco, algunos encargados de velar por la seguridad de los clientes han olvidado su misión, convirtiéndose en los verdaderos responsables de que las noches festivas de la ciudad acaben mal. Por desgracia, en demasiadas ocasiones he visto cómo le rompían los dientes a un chaval que había bebido más de la cuenta y apenas se sostenía en pie, o cómo el portero destrozaba a patadas la puerta del propio local donde trabaja, o cómo los compañeros de otro le encerraban para que se tranquilizara, como si de una bestia salvaje se tratara. Pero la sensación de impotencia ante un personaje que cultiva su cuerpo en el gimnasio pero que no atiende a razones aumenta cuando buscamos ayuda en las fuerzas de seguridad que patrullan por la plaza Reial de Barcelona, profesionales que, supuestamente, están al servicio del ciudadano, pero que hacen la vista gorda día tras día.
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