Domingo, 17 de junio del 2012 Ramon Mas Sanglas (Santa Eugènia de Berga)

La sociedad exige competitividad laboral y eficiencia. ¿Por qué hacer del político una excepción? Cuando la eficacia de un sistema ha degenerado es difícil encontrar calidad. España es el país europeo con más políticos por habitante. Por el contrario, estamos sin apenas jueces, y así nos va la agilidad judicial. El desprestigio generalizado del político español no resta mérito al profesional honrado, lo que hay que depurar es la maquinaria anquilosada de 35 años de transición. Falla también el sistema de reclutamiento de futuros líderes, además de la ley electoral. No tenemos un plantel político sano, ilusionado y formado con visión de futuro: el continuismo y la escalada dentro del partido es el objetivo inmediato. Necesitamos un perfil de político popular de proximidad, de barrio. Sobra la parafernalia partidista de amiguismo y el listado de candidatos desconocidos por méritos de fidelidad, y falta la escuela política universitaria que prepare especialistas del saber gobernar sin ataduras y buenos políglotas. No queremos políticos todo terreno para ser ministros de lo que haga falta, ni personal de confianza a dedo. Hay que prepararse para servir y dejar el cargo a tiempo sin pretender sillas renovables a perpetuidad, ni sueldos vitalicios. ¿Por qué el político tradicional está vinculado a una ideología de partido? El buen tecnócrata salido de las urnas no está reñido con el poder. La honradez de un buen currículum no necesita avales partidistas. Mientras la impunidad o el refugio judicial sea la principal arma del político, la democracia será una falacia.

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