Lunes, 30 de mayo del 2011 Xavier Miró Jodar (Sant Cugat del Vallès)

Hace dos semanas a mi madre le detectaron un cáncer de ovarios. No es un tumor pequeño; son 7x5 centímetros de células alteradas que, según los médicos, llevan gestándose desde hace tiempo. Mi madre tiene 72 años y desde que tenía 50 ha pasado las revisiones ginecológicas preventivas en una mutua privada. Cuando cumplió los 70, el doctor le dijo que ya no era necesario una revisión en profundidad porque ya no estaba en situación peligrosa; los estudios marcan que la edad de riesgo está en la franja de 50 a 70 años. Así, de esta forma, a mi madre (que se llama Irene), dejaron de hacerle ecografías durante sus visitas al médico. La última fue en diciembre del 2010 y todo estaba bien. ¿Todo? No. Mi madre padece cáncer por las estadísticas y por el protocolo médico. Parece mentira que, pudiendo ir a Marte, en el diagnóstico precoz del cáncer de ovario no se haya avanzado absolutamente nada. Este tipo de cáncer es el cuarto más mortal, y lo es debido a que se detecta en estadios intermedios o ya muy avanzados. Irene, mi madre, se siente estafada por unos protocolos que no entiende, que nadie entiende, y yo estoy triste. ¿Tanto cuesta hacer siempre una simple ecografía? ¿Acaso la máquina no está en la misma consulta del ginecólogo? ¿Cuáles son los motivos que inducen a no hacerlo? ¿Es simplemente un tema de estudios clínicos y resultados estadísticos? No quiero pensar que sea porque hacer una ecografía requiere unos ¿cinco minutos? Cinco minutos que, por cada día de trabajo durante un año son 9.600 minutos. ¿Cuántos pacientes se pierden por hacer esa ecografía? Irene, mi madre, ha empezado con la quimioterapia, y después habrá cirugía. ¿El resultado? Incierto. Esposas, amantes, amigas, madres, abuelas: no salgan de la consulta de su ginecólogo sin exigir, sin luchar para que le hagan la prueba que es la única que puede diagnosticar con suficiente antelación un cáncer devastador y silencioso y que es una simple ecografía. Si no lo hacen así, probablemente formarán parte de una triste estadística, como lo hará Irene, mi madre.

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