Jueves, 13 de octubre del 2011 Alberto García Miguel (Barcelona)

Como padre de una niña de 3 años, me gustaría expresar mi indignación con la escuela concertada. Soy maestro de primaria, aunque no ejerzo ya desde hace varios años. En mi ignorancia, pensaba que la escuela concertada era una ampliación de la red pública allí donde esta no alcanzaba. Sí sabía, en cambio, que se ponen trabas a los inmigrantes, a ciudadanos en riesgo de exclusión social y a los discapacitados para que acaben yendo a la pública. Pero pensaba que tenían la obligación de absorber a estos alumnos, aunque fueran minoría. Sin embargo, al asistir a unas reuniones informativas en colegios concertados, descubrí que todos ellos cobran. Mi sorpresa aumentó cuando esas cifras se ponen bajo el epígrafe ¿aportación voluntaria¿. En algún caso, esa ¿aportación voluntaria¿ llega a los 150 euros mensuales. La desfachatez y la impunidad que se debe de tener en esas escuelas es tal, que reparten trípticos y boletines informativos promocionando esa supuesta ¿aportación voluntaria¿, supongo que porque no tienen miedo de que se les retire el concierto económico, o se les sancione, porque, en realidad, están defraudando. Me da la impresión de que el objetivo del concierto, la universalización de la educación, ya no se cumple. Considero que todo esto es un fraude de dimensiones considerables y que redunda en la marginación de la escuela pública. Imaginemos un presupuesto: 150 euros de aportación voluntaria, 150 de comedor, 25 de permanencia matinal, 125 de actividades extraescolares, 25 de material y 25 de piscina. Total: 500 euros. Esta cifra, multiplicada por 25 (alumnos), sale a un buen dinero por clase. Quiero añadir que he eludido la mención de la escuela religiosa, aunque yo sea un firme defensor de la enseñanza laica. La gran mayoría de estos colegios concertados son religiosos. ¿Qué se puede hacer? ¿Qué recursos tenemos? ¿Con qué derecho se recortan los presupuestos de educación cuando nadie parece tener voluntad para detener esta sangría?

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