Según las estadísticas, el principal arrepentimiento de la mayoría de los enfermos terminales es no haberse arriesgado más, no haber sido más audaces en la búsqueda de sueños ni en la resolución de las adversidades, ni más congruentes con sus principios. Palabras mal pronunciadas, silencios crónicos, indecisiones aplazadas, promesas incumplidas, valores traicionados, temores no superados, fracasos no trascendidos, odios enquistados, relaciones tóxicas perpetuadas... Una retahíla de conductas inadecuadas que quizá un día nos desviaron de retos anhelados pero que no tienen que ser irreversibles. Vivir con responsabilidad implica saber renunciar a lo inviable y consagrarse a alcanzar lo posible. La diferencia entre una utopía y un sueño factible es que la primera depende de todos y el segundo básicamente de cada uno. En última instancia, la elección es personal e intransferible: morir de pie o vivir arrodillados.
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