Ahora ya hace un año recibí la buena noticia de que se me iba a antregar un piso de protección social en alquiler para jóvenes. En ese momento yo tenía 32 años. Dada mi situación laboral inestable, no dudé en aceptar la oportunidad que se me ofrecía. Sin embargo, una vez me trasladé al nuevo edificio la percepción de que se trataba de una oportunidad fue cambiando. El ventajoso coste económico que supone un piso de estas características se fue diluyendo por el hecho de que el inmueble tiene unas condiciones estructurales bajo mínimos.
Se trata de un piso de 36 metros cuadrados con forma de rectángulo -o, como yo lo bauticé, una caja de cerillas- que tiene todo lo indispensable para vivir pero con unos materiales y un diseño que lo hacen totalmente inhabitable. El calor en verano se acumula en las paredes de hormigón robusto generando en el interior de la vivienda una atmósfera tropical que puede durar hasta bien entrado el otoño. La ventilación la proporciona un único ventanal frontal. Si se quiere lograr corriente de aire, se debe conseguir a través de una abertura superior en la propia puerta de entrada al piso. Y para terminar, para añadir un poco de serenidad acústica, el piso está junto a un maravilloso aparcamiento zona bus, de aquellos autocares que llevan turistas a la Sagrada Família y que no apagan nunca el motor al estacionar. Señores del Ayuntamiento de Barcelona: el malestar de los jóvenes o la rotación del piso la tienen bien asegurada.
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