La imagen del niño que yace en la arena del mar Egeo ha sacudido nuestras mentes de forma brutal e imborrable. Cuesta asumir que esto suceda a las puertas de la Europa social, la Europa que se ha erigido como abanderada de la democracia, de los derechos y libertades, la Europa que ha tomado conciencia después de innumerables guerras, conflictos y genocidios en su historia reciente.
Pero al parecer esta Europa, la Europa consciente y consecuente hecha por y para la ciudadanía, solo lo es por y para su ciudadanía, excluyendo y desentendiéndose del resto, aunque ella misma haya tenido parte de responsabilidad en las causas que han llevado a esta situación. Y ahora, cuando las consecuencias de sus actos están presentes, tan solo una pequeña parte de ellas, pidiendo auxilio y cobijo, la Europa social y pro derechos se convierte en la Europa insensible, arrogante y fría.
Esta Europa me avergüenza y me repugna, me da asco cuando sus líderes discuten de números y reparticiones, y se olvidan de que hablan de vidas, de niños como el pequeño de la orilla.
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