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LA ENCRUCIJADA DE LA IZQUIERDA

El triunfo de los populismos y la mediocridad social

Domingo, 1 de febrero del 2015 Josep M. Estarellas (Santa Maria del Camí (Baleares))

El Gobierno acusa de populismo a Sánchez; los empresarios alaveses acusan al alcalde de Vitoria (PP) de populista por pactar con Bildu una subida de impuestos; el PSOE acusa a Iglesias de populismo extremista; IU acusa a Rudi de lanzar propuestas populistas; Floriano acusa a Podemos de populismo bolivariano... populismo, populismo, populismo. Toda la esfera política española acusa al adversario de populista y se indigna cuando es acusada de lo mismo. ¿Saben qué es el populismo? ¿O sencillamente son incapaces de descalificar al adversario sin copiar? El diccionario recoge el término populista: «perteneciente o relativo al pueblo». Entonces, sin duda, el máximo representante del populismo sería el Partido Popular, que incorpora el concepto explícitamente en su nombre. Y obtener la mayoría absoluta con un programa electoral para luego incumplirlo es una obra maestra del populismo. Pero, ojo, otros partidos le pisan los talones.

El populismo carece de una identificación ideológica (sirve tanto para la derecha como para la izquierda). No es más que un mecanismo político basado en la demagogia, la simplificación, la provocación de unas emociones (principalmente el miedo al adversario) que se superpongan a la racionalidad, la movilización, la exaltación del liderazgo, el oportunismo y, en definitiva, la mentira en todas sus variantes. Es una gran herramienta de los mediocres para ocultar la pobreza de sus argumentos, la podredumbre en sus estructuras o la imposibilidad (consciente) de llevar a cabo sus programas electorales. Pero lo más triste es que el triunfo de los populismos es un síntoma de la mediocridad generalizada de la sociedad. El populista, tanto de izquierdas como de derechas, necesita ciudadanos crédulos, poco informados y poco formados, manipulables y sectarios para triunfar. Y lamentablemente, los encuentra en abundancia.



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