Yo también quiero una tarjeta opaca. Una tarjeta opaca para la plebe. Le cargaría la matrícula de la universidad, la módica cantidad de 2.400 euros en la pública después de la subida de tasas. También la usaría para pagar el transporte público que me lleva y me trae de un empleo precario en el sector servicios. Me daría el lujo de pagar con tarjeta mis restaurantes habituales: comida rápida, preparada y fácil de comer por el camino. Y, muy de vez en cuando, también la usaría para tomarme algún gintónic a la salud de los que gobiernan tan bien este país. Esto último lo pasaría como gasto de representación.
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