El panorama presenta dos visiones totalmente opuestas. Por un lado, un jefe de Gobierno que se enroca en la Constitución (eso sí, la cambian cuando les conviene), y un president que, por cuestiones e intereses políticos, no quiere dar marcha atrás. La solución salomónica a este problema sería autorizar en Catalunya un referendo no vinculante que permita palpar el sentir real de los catalanes. Y, a partir de ese resultado, el Ejecutivo central debe establecer una nueva relación con Catalunya para ganarse a quienes estén decepcionados con el trato que se les está dando y hacerles entender que juntos como país podemos hacer más que separados. Pero permitir una consulta no vinculante exige políticos con talla de estadistas, y lo único que se asoma en el horizonte son mediocres que limitan su visión al cortoplacismo. España es la suma de sus partes (como un puzle), pero cada parte debe sentir que es tratada con respeto por sus peculiaridades. Hacer lo contrario solo puede llevar a este país por la senda de un separatismo catastrófico para todos.
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