«Son tiempos difíciles para los soñadores», diría Amélie. España va mal, la crisis parece no cesar, los desahucios llaman a la puerta de cada vez más familias, los políticos siguen mintiéndonos a la cara y las malas noticias son las más recurrentes --y adictivas--. Pero tras de este manto negro se esconde una brecha de luz. A pesar de todo, a pesar de todas y cada una de las lúgubres noticias que nos abofetean a diario, somos un país solidario; de los primeros en tolerancia. Hay personas --cuyo nombre no abunda en los medios de comunicación– que día a día hacen que el país se levante; individuos que con su granito de arena pueden mover montañas; personas que a diario entregan sus horas a tareas no remuneradas, haciendo de este lugar un país más acogedor. Voluntarios en todas partes que están ayudando a personas sin recibir nada a cambio; no hablo solo de organizaciones sin ánimo de lucro --muchas, muy buenas y muy subestimadas--, ni de donantes y empresas que se entregan, ni de mujeres y hombres que, independientemente de sus condiciones, se vuelcan en quién más lo necesita, y este país, desgraciadamente, cada vez alberga más personas necesitadas. Hablo de todos ellos, de todas esas personas que nos hacen mantener las esperanzas, porque si quisiéramos encontrar la parte positiva de la crisis, sin duda la encontraríamos: nos ha devuelto la solidaridad.
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