Cada mañana, al llegar a Barcelona, noto un hedor a orín que recorre las aceras. Igual es políticamente incorrecto decirlo de esta forma tan clara, pero se trata de orín de perro. Podemos ver los canes levantando su patita y marcando el territorio aquí y allá ante la indiferencia de todos. En cambio, he visto vilipendiar a personas con necesidades mingitorias apremiantes, supongo que porque no pertenecen al reino canino. Y no olvidemos las porquerías de los canes lanzadas a una papelera, con la lógica nube de moscas resultante.
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