Obélix vive en un pueblecito de galos locos, y sus diferencias son tan fuertes como la unidad con que defienden sus derechos ante Julio César. Pero el bueno de Obélix ha roto la unidad. Considera que es distinto y mucho mejor que el resto de la aldea, y que su trabajo merece mayor reconocimiento que el de Astérix, el druida Panorámix o el pescatero Ordenalfabétix. Obélix ya no recuerda que su enorme fuerza solo cobra valor para ayudar a su aldea, y que, sin esta, su singularidad pierde su sentido. No obstante, ha decidido que tendrá mayor éxito al lado del César Putin. Los derechos humanos y democráticos que defienden en su aldea, muy distintos de los de su nuevo jefe, pesan menos que su fortuna personal. El último reducto galo ya es un poco menos reducto sin Obélix. Obélix, sin la aldea, ya no es Obélix. Y Gerard Depardieu tampoco es ya el gran actor: ahora es solo Barbarroja, el pirata perdedor.
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