Artur Mas es un rey de la táctica a corto plazo. En la negociación del Estatut subió el listón para ser más catalanista que ERC, y luego pactó la rebaja a escondidas con Zapatero. La cuestión era descolocar a Esquerra. Propuso el pacto fiscal a Rajoy y, previendo cuatro años de negativa absoluta, abrazó el independentismo en dos días, un independentismo al que quiso marcar el ritmo adelantando las elecciones. Pero el resultado fue el contrario: esta vez era ERC la que marcaba el paso. La pérdida de votos le llevó a hacer de la consulta una hazaña personal y, en esta continua pugna CDC-ERC para liderar el soberanismo, ahora quiere volver a marcar el calendario. Artur Mas es un rey del vocabulario: lo va enriqueciendo con expresiones cada vez más confusas. El concierto económico se convirtió en pacto fiscal, el referéndum en consulta, ahora unas elecciones como las de siempre serán plebiscitarias. En un momento en que a la casta que ha gobernado Catalunya durante casi 30 años se le abren las costuras de la corrupción, Artur Mas es un rey del travestismo. Para salvarse él y su partido, resulta que él ha caído del cielo para salvarnos y los partidos (los otros, claro) son unos egoístas que deben sumarse a sus propuestas. Mientras, se siguen creando consorcios sanitarios que aumentan la opacidad de este servicio público y se mantienen las subvenciones a las escuelas del Opus Dei mientras se recortan servicios de comedor de institutos públicos "por culpa de Madrid". ¿Este es el líder del nuevo país que queremos?
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