¿Dónde han quedado aquellos días entrañables en los que la familia se reunía en Navidad o en fin de año para festejar esos momentos únicos en los que parecía que todos los miembros de la familia estaban de acuerdo en todo? La cena más tradicional, la última cena del año. Y entre risas, villancicos, platos y más platos llegaban las doce… El momento en el que nos mirábamos de reojo, que si el tío o la abuela llevaban bien las cuentas o el primo más pequeño reía más que tragaba, y en ese último cuarto preparados para chillar un próspero y feliz año nuevo. Ahora los jóvenes de mi edad prefieren salir con sus amigos, dejar de lado las tradiciones, ser más modernos y celebrarlo en una sala de fiestas, en una discoteca o simplemente en la calle... Y es que nos hemos vuelto insensibles, no necesitamos ese calor familiar y no pensamos que en el momento de alzar las copas siempre habrá alguien que nos dedique sus mejores deseos a pesar de no estar a su lado.
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