Mi madre, Pepita Mora Sansa, tenía casi 90 años, pero había tenido tan buena salud a lo largo de su vida, que no tenía historial clínico en ningún hospital. A principios de agosto, le diagnosticaron un cáncer de colon en fase avanzada que le ocluía parcialmente el intestino. Nos dirigimos al Hospital de la Santa Creu i Sant Pau y la incluyeron en un protocolo de casos urgentes, pero la cirujana que nos atendió, del Servicio de Cirugía General y Digestiva, ya nos dijo que la lista de espera para la intervención quirúrgica era de mes a mes y medio. Mi madre empeoró progresivamente en el periodo de espera. Tal era su deterioro, que el 4 de septiembre tuve que llevarla a urgencias del mismo hospital, pero los médicos nos enviaron a casa alegando que no veían ningún motivo de alarma y que podía esperar a la intervención . La noche del 11 al 12 de septiembre empeoró. Llamé a urgencias y la ingresaron. El 16 de septiembre, dos días antes de la intervención quirúrgica programada y 3 días antes de cumplir los 90 años, murió. El diagnóstico final fue un shock séptico, que derivó en un fallo multiorgánico, provocado por la colitis isquémica que arrastraba hacía días, consecuencia probablemente de la evolución del tumor que no le sacaron a tiempo. Mi madre era una persona muy mayor, pero autónoma y lúcida. Tenía cáncer, pero las pruebas indicaban que no había metástasis. No tuvo la oportunidad de sobrevivir al cáncer, porque la operación se retrasó por reducción de servicios y cierre de quirófanos. Señor Boi Ruiz, conseller de Sanidad, los recortes matan.
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