Domingo, 1 de febrero del 2015 Jordi Martín (Barcelona)

Probablemente, a nadie le dirá nada el nombre del escritor polaco Juliusz Kaden-Bandrowski, aunque se trate de uno de los hombres que mejor manejaron, en dramáticas circunstancias, la difícil síntesis de cultura y política. Bandrowski pasó a la historia por ser uno de los pocos intelectuales combativos hasta el final (fue asesinado por soldados nazis en el levantamiento de Varsovia en 1944) y por su interés –aunque no pertenecía a ningún partido ni aceptaba la imperante doctrina marxista– en mejorar los derechos de los trabajadores más humildes y las personas desfavorecidas. Estaba enfervorizado por un alto grado de patriotismo, pero también de genuina misericordia y aprecio por su pueblo, y por ello se negó valerosamente a abandonar su país tras la invasión alemana. Me impresiona que conservara intactos unos enormes principios de dignidad, coraje y, sobre todo, firmeza al aceptar tal desafío. Ahora, 51 años después de su muerte, muy pocas cosas han cambiado para esa capa de la sociedad que se amplía fatídicamente: la de la gente pobre, sea cual sea su edad y su raza.

Han surgido nuevas y jóvenes formaciones de la izquierda renovadora, cargadas de buenos propósitos y dirigidas preferentemente a todos aquellos que no participan activamente en el escenario actual –jóvenes, desempleados, jubilados con pensión baja– con la promesa de la (definitiva) mejora del Estado del bienestar. La tarea se presenta complicada, pues los empeños ambiciosos son difíciles de lograr. Ahora bien: la cuestión más importante que deberían tener en cuenta los impulsores de estos movimientos es la limpieza moral, es decir, la total ausencia de corrupción, así como la búsqueda (esto es urgente) de personas que hayan vivido –y sufrido– con los ciudadanos, como Bandrowski. Pesa demasiado la ausencia de gobernantes con táctica y, sobre todo, veracidad.

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