Sábado, 25 de abril del 2015 Neus Vinyallonga (Sabadell)

Ser maestra. Crecer en Sant Andreu. Correr para cruzar la Meridiana. Conocer bien este instituto de patio pequeño y gran profesorado que sale en todas las noticias, el IES Joan Fuster, una comunidad educativa devastada, superada por la magnitud de una tragedia nefasta pero no tan inesperada. En una sociedad en la que se ha normalizado la violencia y con un Govern que ha disminuido de manera notable el personal y los recursos de los centros educativos ¿qué esperan? He trabajado con alumnos de todas las edades. Todavía recuerdo la redacción que compuso uno de ocho años. Bajo el título 'El meu cap de setmana ideal', los niños escribieron de todo: ciudades de azúcar, semanas escolares de dos días y fines de semana de cinco, cenas con futbolistas... Uno escribió que quería viajar a Siria a matar terroristas. ¿Una anécdota? No. Un desastre, una alarma. Nuestros niños han normalizado la violencia a través de los informativos, cine, televisión y videojuegos. ¿Cómo puede ser que una criatura no se escandalice ante la muerte de 700 inmigrantes? No se escandalizan. Forma parte de su día a día. No levantan un palmo del suelo y les regalamos pistolas, apenas leen con fluidez y ya se han visto medio repertorio de Hollywood (y no el amable). A todo ello hay que sumar la disminución de personal docente en los colegios e institutos públicos, así como la evidente falta de apoyo psicopedagógico. ¿Quién aceptará responsabilidades institucionales sobre un desastre como el del IES Joan Fuster? Mejor vincularlo con un desequilibrio momentáneo y nada previsible de un alumno adolescente. El IES Joan Fuster necesita ayuda de toda la sociedad y en especial de la comunidad educativa. El ataque es grave e irreparable y es una señal de la necesidad de replantear cuestiones ampliamente aceptadas. Es una señal de la importancia que tienen la unión y el trabajo conjunto de la comunidad educativa. 

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