Sobre el desgraciado vuelo Barcelona-Düsseldorf de Germanwings del pasado martes creo que este proceso en el que todos juntos nos hemos introducido de intentar adivinar qué pasa y qué deja de pasar por la cabeza de otra persona equivale a jugar a hacer de dioses, tal como lo teorizó Sigmund Freud en su famoso psico-análisis. Y por ahí no paso. No me he llevado nunca bien (aunque respeto el trabajo que llevan a cabo) con psicólogos, psiquiatras, y psicoanalistas, por lo que presuponen en la mente ajena. Personalmente creo más con otras terapias menos agresivas, como la filosófica.
Según ha informado la fiscalía, el copiloto del vuelo de Germanwings, Andreas Lubitz, estaba de baja médica por depresión, un hecho que escondió de forma premeditada a su empresa. El evidente grave fallo en el protocolo de seguridad laboral de Lufthansa, sumado a los errores derivados por los paranoicos protocolos de seguridad aérea posteriores al atentado del 11-S en Nueva York (la puerta de entrada a la cabina se puede bloquear desde dentro, dejando a los tripulantes fuera) dan como triste resultado esta absurda y dolorosa pérdida de 150 vidas. Nadie recuperará a las personas fallecidas, a pesar de los análisis mentalistas que se puedan hacer de aquí a la eternidad.
Tomemos nota de que lo se puede mejorar en el transcurso de un vuelo, porque el suceso en sí ya es irreparable. Estoy a la espera también de que alguien especializado en la materia me informe de las causas de la huelga de pilotos de Lufthansa que hubo hace unas semanas. Descansen en paz todas las víctimas.
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