Mientras los occidentales nos empapamos con agua, jactándonos de ser solidarios con los enfermos de esclerosis lateral amiotrófica (ELA), y a la vez nos mojamos muy poco a la hora de hacer donaciones para la investigación de la enfermedad, en Gaza se bañan con cubos llenos de escombros denunciando que se priva diariamente a seres humanos de un bien tan útil y tan necesario como el agua. Celebro la iniciativa sobre la ELA por quienes cumplen con la segunda parte, la donación. Pero mi perplejidad es absoluta al observar la normalidad con la que estamos acostumbrados a ver un telediario a la hora de comer, sin que se nos encoja el estómago, mientras se amontonan ante nuestros ojos decenas de cadáveres. Esa es nuestra triste actualidad mundial. Es hora de una defensa clara de esas personas que, impotentes ante la avalancha de pólvora, ruidos ensordecedores y escalofriantes ríos de sangre que se les viene encima, mueren sin tener alternativa; hablen el idioma que hablen, tengan la edad que tengan y pisen sus pies un trozo u otro de tierra, llámese como se llame.
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