Hace un tiempo escuché esa frase: "El fútbol es de los futbolistas". Provenía de Luis Enrique cuando entrenaba al filial azulgrana. Se la dijo a su cuerpo técnico, que es el mismo que tiene ahora y, coincidencias de la vida, me la dijo un miembro del mismo en una boda de un amigo común. La diferencia entre los entrenadores que dirigen un equipo y no han sido jugadores profesionales y los que sí lo han sido debería verse reflejada en una mayor comprensión hacia los mismos, en la simpleza de la gestión de sus egos, y en darles el protagonismo que el momento de la historia les otorga, aquellos que ellos ya vivieron. No siempre es así, y esta falta de mano izquierda que les pedía Luis Enrique a sus compañeros es la misma que le faltó en la Roma con Totti, y la que casi le cuesta un disgusto con Messi. No se puede estar por encima de los mejores, el club los defiende, los aficionados les adoran, ellos son intocables y lo saben. A pesar de que su comportamiento a veces pueda ser indisciplinado, el entrenador no tiene nada que hacer, más que utilizar el refranero: "si no puedes con el enemigo, únete a él". Al fin y al cabo, Lucho, el fútbol es de los futbolistas.
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