Días atrás fui al supermercado. Había mucha gente. En las cajas se formaban colas. La cajera que me atendía se puso pálida: se estaba mareando. Al preguntarle por qué no se sentaba respondió que no tenía silla, que no podía sentarse. Se repuso y siguió trabajando. Los clientes insistimos preguntando el motivo de aquellas condiciones de trabajo. La señora no supo o quizá no osó dar ninguna explicación. Por edad, podía ser una candidata perfecta al paro de larga duración. La impresión fue de que tenía miedo. Cada vez hay más gente que piensa que llevar un magro sueldo a casa es un privilegio que pende de un hilo. De hecho, demasiadas cosas penden de un hilo y nos hacen sentir muy vulnerables a pesar del optimismo oficial. Al margen de normativas laborales y convenios colectivos, que supongo que todavía existen pese a todo lo que ha ido pasando estos últimos años, eso es lo que vi. La duda es si fue un caso aislado o las cosas funcionan así.
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