Domingo, 20 de abril del 2014 Albert Pons (Barcelona)

 En Valencia hay una fábrica de zapatos que hace muchos años que fabrica productos de muy buena calidad y a buen precio, ya que dispone de maquinaria moderna y operarios especializados. Emplea a 200 trabajadores que cobran un salario regular de 1.600 euros al mes de media, cotizan a la seguridad social y pagan los impuestos. La fábrica tiene previsto expandirse. Los trabajadores gastan para vivir y hacen vacaciones. Algunos compran coches a plazos. Otros, más osados​​, firman una hipoteca. Trabajan y viven. Pero hoy ha llegado un barco con diez contenedores de zapatos procedentes de un país asiático. Un 10% de estos zapatos son de muy buena calidad, un 50% son de calidad media o dudosa y el resto, de baja calidad. Se venderán a una media de 10 euros. La gente los comprará, los estrenará y les durarán dos días. Con el tiempo, la fábrica de Valencia ha tenido que cerrar. Ha hecho un ERE y a duras penas ha indemnizado a los trabajadores. Ha pagado todo lo que ha podido pero ha quedado endeudada porque muchos clientes no le han liquidado las últimas facturas. Una ruina total y una pérdida de patrimonio.

Los trabajadores ahora no cotizan y están en paro. La seguridad social se empobrece. La mayoría de los trabajadores se sienten frustrados y tienen que ir al médico porque tienen angustia y ansiedad. Los médicos deben recetar medicamentos. Un tanto por ciento de estos trabajadores ya no encontrarán trabajo, se desesperan y envejecen. Otros cogen vicios, algunos incluso delinquen. Las privaciones y el desánimo generan un gran malestar en las familias, y algunas se desharán. Las que no puedan pagar la hipoteca serán desahuciadas. Como consecuencia, en poco tiempo muchas familias estarán en la miseria más absoluta y todo este proceso implicará gastos incalculables para el Gobierno y el país.

Todo comenzó cuando llegó un barco con diez contenedores de zapatos.

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