Domingo, 25 de enero del 2015 Pedro Miret (Barcelona)

Durante años, la gran petición de los nacionalismos ha sido la de conseguir cada vez más competencias para  acercar la Administración al ciudadano y ganar en eficiencia y en eficacia. Y cuando una autonomía pedía algo, todas las demás pedían lo mismo. Es cierto que en la década de 1980, y puede que en los primeros años 90, las cosas fueran así, que la cercanía agilizara la administración y los trámites fueran más rápidos. Hoy en día, en la era tecnológica, en que no sabes si la persona que te atiende está a dos manzanas de tu casa o en la otra punta del mundo, no es tan necesario. La mayoría de los trámites se realizan de forma telemática, por lo que un solo registro debería servir, en cada caso, para todos los ciudadanos. Es igual que estos servicios estén en Madrid, en Barcelona o en Badajoz, siempre que sean eficientes. El Gobierno central y los autonómicos deberían fijarse en lo que hacen las grandes corporaciones, que no dejan de ser pequeños o grandes estados. En época de crisis, la gran mayoría de las grandes empresas centralizan sus servicios, y dejan una sola oficina central para Europa, la península Ibérica, el sur de Europa... Se optimizan al máximo los recursos y se realizan los trabajos en los sitios más eficientes. Es la mejor forma de recortar gastos.
Considero totalmente desmesurado que en un país con poco más de 46 millones de personas tengamos una Administración central, 17 autonómicas y no sé cuántas diputaciones, amén de todos los organismos locales. Países como Francia, con bastantes más habitantes que en España, son centralistas, y no creo que hasta ahora les haya ido peor que a nosotros... Cuando el Gobierno central intenta recentralizar algunas competencias, los nacionalismos lo ven como un ataque a su autonomía sin atender siquiera a un debate serio para saber qué es mejor.  Solo lo ven como un tema de poder, político y económico.

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