Artur Mas ya sabía que la consulta del 9-N no se podía celebrar, y aun así decidió seguir adelante, y ahora el mal ya está hecho. Este proceso ha causado miedo e inseguridad a los discapacitados, a los ancianos; ha aumentado la división en las familias y entre compañeros; ha roto los lazos afectivos entre partidarios y detractores de España y alimentado una frustración en dos generaciones de jóvenes educados en el odio a España y el España nos roba, algo casi imposible de revertir. Este es el triunfo del independentismo: haber creado las condiciones emocionales para hacer irreversible la falta de entendimiento entre catalanes y españoles. No solo han desmantelado las aspiraciones de los catalanes, sino, sutilmente, el Estado del bienestar, mientras impulsaban un proceso que estaba abocado a no celebrarse. Hace unos seis años que algunos discapacitados y ancianos aguantamos que en las residencias se queden lo que nos deberían dejar por ley como dinero de bolsillo para nuestros gastos. Pero Mas y los suyos ni cumplen las sentencias del Constitucional ni hacen cumplir las leyes que ellos mismos promulgan en el Parlament.
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