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DEBATE SOBERANISTA

El castellano no debe ser tabú

Lunes, 9 de junio del 2014 Jordi Martínez (Barcelona)

El llamado 'proceso' se acelera. Se nota en las tensiones que intentan provocar los cavernarios: se hacen más desesperadas y más burdas. Y cuánto más disparen más posibilidades que den en un punto delicado. Y a lo mejor uno de esos puntos delicados es uno que creíamos una fortaleza. Y a lo mejor nos sorprende y nos hace cojear. Porque el tema de la lengua y la convivencia lo tenemos asumido como una fortaleza. Es un campo de batalla que creemos conquistado. Ya lo intentaron muchas veces antes. No tan solo con prohibiciones, sino planeando una disolución de la identidad catalana estimulando una avalancha de inmigrantes del resto de España, que en los 40-70 vinieron a buscarse la vida. Pero son tan estúpidos que se equivocaron. No contaban con una cosa que tiene en común la gente oprimida, la empatía. Gente que en sus pueblos de origen vivían bajo el yugo de la caspa y el caciquismo, no pudieron sino empatizar con una identidad catalana reprimida. En vez de diluir consiguieron que esta marea humana se hiciera suya una lucha e identidad. La oportunidad de empezar de nuevo en un entorno donde la genealogía familiar no era tan importante como la capacidad personal, no la olvidaron jamás los que vinieron con una maleta de cartón. Y, con la llegada de la democracia, esta empatía se hizo manifiesta con un dejar hacer sin trabas a los dirigentes catalanes que iniciaron las políticas de inmersión lingüística. Que sus hijos/nietos fueran educados en catalán no fue una preocupación sino un orgullo. Que la televisión pública catalana fuera enteramente producida en catalán no fue un problema, es más, se la hicieron suya. Qué decepción para algunos que en una sociedad casi al 50% castellanoparlante (en algunas ciudades más de la mitad), solo aparecieran 17 familias contra la inmersión lingüística. Seguramente encontrarían más si buscaran familias contra la enseñanza de la teoría darwiniana de la evolución. No entendieron que esta gente que vino y sus descendientes no son amnésicos. Sabían y saben que la miseria de donde venían tenía unos responsables. Sabían y tenían aprendidas las letras de la palabra 'represión', ¿Cómo no empatizar con aquellos que también tienen aprendidas esas letras?
Si todo esto es una batalla ganada en aras de la convivencia, no la perdamos por desidia. Porque he oído que el castellano sería un patrimonio a proteger en la nueva Catalunya, como si fuera una catedral vetusta que es pintoresca pero poco visitada. También he oído a un dirigente político independentista decir que habla castellano en la intimidad, como si hacerlo en público (o en el Parlament) no estuviera bien. Yo soy independentista por defecto. El defecto viene por la incompetencia del Estado español para ofrecer una alternativa. Así que mis intenciones o mis filias no tienen sospecha alguna. Y aun así, no entiendo la actitud evasiva o paternalista hacia el castellano de aquellos que están diseñando un Estado catalán. Si yo, siendo independentista, tengo reparos en este aspecto, ¿qué van a hacer los indecisos o los que votarían no? Si actuamos como si fuera un tema tabú, si lo dejamos aparte, como si se tuviera que tratar una vez seamos un Estado, “que ahora hay temas más urgentes”, nos podemos llevar una sorpresa. No tardarán en tirar con piedras, balas y cañonazos mensajes de miedo a los castellanoparlantes, advirtiendo de un 'apartheid' lingüístico futuro. Y si no somos valientes y nos sentamos a hablarlo, puede que encuentren más debilidad de la que creíamos. Replantear la situación de ambas lenguas en un Estado catalán. Sentarnos y aceptar la presencia del castellano en los medios públicos de manera más intensa, alejada ya la amenaza externa. Un nuevo pacto, una nueva convivencia que nos haga más fuertes en nuestro nuevo país. 



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