En una España que poco a poco se recupera de las elecciones municipales y autonómicas, que arrojan datos incontestables para los partidos tradicionales, los movimientos sociales como estructuras de cambio social están siendo los auténticos protagonistas de una reclamada justicia social. Estos movimientos sociales no son un fenómeno nuevo, ni tan siquiera reciente; algunos autores consideran que ya en la edad media europea pueden identificarse aquellos relacionados con la comunidad de la tierra o con movimientos pietistas. Ahora, algunos de los nuevos partidos políticos emergentes, que tienden a identificarse en el imaginario colectivo con movimientos de izquierdas, surgen de la necesidad de cambiar una realidad social sentida como injusta u opresiva. Sin duda, el movimiento 15-M es una buena prueba de ello. La crisis económica desatada en el 2008, junto con las medidas de austeridad que han soplado desde Europa, no han hecho más que castigar en demasía a los segmentos de población más vulnerables, aumentando así la indignación de gran parte de sus ciudadanos y el riesgo de exclusión de muchos de ellos. Además, en el caso particular de España, la vieja política y sus numerosos casos de corrupción parecen estar dando paso a un tiempo nuevo en que la sociedad se erige en protagonista de forma más directa y abierta, intentando regenerar los órganos de poder de los viejos partidos y dispuesta a cuestionar todo lo que suponen instituciones rígidas y poco transparentes.
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