Empatizo con las personas que no quieren la independencia de Catalunya porque su voluntad es tan respetable como la de quienes sí la queremos. Todos, unos y otros, queremos lo que nos parece que será mejor para nuestro presente y para nuestro futuro. Todos somos humanos y sentimos diferentes emociones. La frustración, la rabia o la tristeza que ellos sienten cuando ven que podrían tener que dejar de ser españoles sin quererlo, se parece y es tan respetable como la que sentimos nosotros por tener que ser españoles sin quererlo.
Todos tenemos el mismo derecho a aspirar a nuestros anhelos. La dificultad estriba en que lo que queremos unos y otros es tan antagónico que no hay manera de contentar a ambas partes. Por eso, lo mejor que podemos hacer, con tranquilidad y democráticamente, es averiguar cuántos somos los unos y los otros, e intentar que los que tengan o tengamos que sufrir sean o seamos la minoría.
El 9-N tenemos la oportunidad de averiguarlo, dejar de especular y aceptar qué quiere la mayoría. Porque la mayoría es silenciosa, sí: no estaba el Onze de Setembre en la V ni el 12 de octubre en la plaza de Catalunya, y aún no sabemos qué quiere exactamente. Yo animo a todo aquel que piense que los catalanes tenemos derecho a decidir nuestro futuro a ir a votar el 9-N, porque ese día podremos elegir entre legitimar nuestras aspiraciones, sean cuales sean, y lograr más fuerza para pedir unas nuevas elecciones, o hacer un gran ridículo. Alguien dijo: «Las oportunidades no se pierden, las que tú dejas marchar las aprovecha otro».
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