Escuchando las declaraciones del presidente de la ANC sobre la posible salida, sí pero no, de España y de las instituciones europeas, unidas a las de su antecesora y número dos en la lista de Junts pel Sí sobre que no exigirá explicaciones a Mas de los indicios de corrupción en CDC, y que lo único que le importa es el futuro, sentí la necesidad de profundizar en el significado de la demagogia. Aristóteles y otros filósofos la definían como la degeneración o corrupción de la democracia. Hace años que vemos a nuestros dirigentes, los de aquí y los de allí, no hacer nada por resolver el conflicto. La práctica demagógica de ambas partes elimina toda oposición racional porque apela a las pasiones y explota las emociones más íntimas. Y lo consiguen ocultando hechos y argumentos que no encajan en sus intenciones, falseando la realidad, contraviniendo las leyes, haciendo creer que son obsoletas y que las futuras solucionarán todo lo que nos preocupa. Por más loables y justas que sean sus intenciones, no es posible construir nada honorable sobre mentiras y manipulaciones. Una vez leí que "las elecciones no resuelven los problemas, solo deciden quién habrá de resolverlos" (Giovanni Sartori). Elijamos, que los resuelvan y que no generen más.
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