Jueves, 14 de mayo del 2015 Xavi Ventalló (Barcelona)

Siempre he oído decir que las elecciones municipales son diferentes, que se vota más a la persona que al partido. Y creo que es cierto, en especial en los municipios más pequeños, aunque no creo que sea la mejor opción, sobre todo en las grandes ciudades como Barcelona, donde resido. Tengo amigos y conocidos de derechas, de izquierdas, nacionalistas, independentistas, antiindependentistas... y puedo salir a cenar, de copas y hacer otras actividades de ocio con ellos sin problemas, pero no me gustaría que los de signo contrario al mío me gobernaran. Es muy simple, en aspectos en los que no se está de acuerdo, mejor que cada uno vote pensando en su ideología. Haciendo ciencia ficción he imaginado que conozco a Alberto Fernández Díaz (ideológicamente, en las antípodas respecto a mí), que nos hacemos amigos y que resulta que este señor es de lo más divertido que he conocido nunca, además de amable y generoso. Su propuesta de ciudad no difiere demasiado de las del resto de los alcaldables (de hecho, todos proponen más o menos lo mismo). El problema en estos casos es adivinar qué es factible o no de todas las propuestas que escuchamos. Y ahí es donde la ideología de cada uno ha de intervenir para, a pesar de los discursos, seguir votando a la persona que la representa. Con Fernández Díaz me lo puedo pasar bien, pero no le daré mi voto. Centrándome en Barcelona, me encantaría conocer a Xavier Trias, Jaume Collboni, Alfred Bosch... Pero eso no es ni será así. En los municipios más pequeños la identificación y el trato con los alcaldables son mucho más cercanos, lo que facilita que el voto se pueda derivar a una persona que políticamente no piensa como tú. Si el aspirante a alcalde de tu ciudad que coincide contigo ideológicamente no tiene un plan de gobierno descabellado, es al que hay que votar; si no estás de acuerdo con el plan, uno de los dos (candidato o votante) tiene un problema.
 

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