Ni valientes ni pobrecitas: las 'monomadres' solo quieren igualdad

Un reportaje de
Helena López (textos)
Joan Cortadellas, Zowy Voeten, Jordi Òtix y Ricard Cugat (imágenes)
Andrea Hermida-Carro (diseño)

En 2022 nacieron en España 12.001 criaturas con un solo progenitor, en la inmensa mayoría de los casos, progenitora, lo que supone casi un 15% más que el año anterior y el 10% del total de nuevas familias. Pese a ser un grupo social emergente, las madres en solitario [cuya denominación aún no está del todo resuelta, aunque de forma informal y entre ellas se autodenominan ‘monomamis’, en una divertida alusión al famosísimo álbum de Rosalía], las mujeres que optan por este modelo de crianza se encuentran a diario teniendo que romper los corsés de una sociedad todavía muy pensada para la familia ‘tradicional’.

Una de las primeras situaciones en las que se hace tangible de forma material, más allá de aquella mirada condescendiente o de aquel comentario fuera de lugar, es en el permiso por maternidad. Mientras los niños con dos progenitores cuentan con 32 semanas de cuidados en casa -16 por cada uno-, los hijos de las familias monoparentales cuentan con la mitad, condenados a ser los más pequeños de la guardería. Una situación contra la que se han revelado, con más de un millar de demandas interpuestas, con resultados dispares. "Estamos ante un caos judicial, y esto se está alargando demasiado, en un momento, además, de máxima vulnerabilidad de las mujeres, con bebés recién nacidos y teniéndose que enfrentar, además, solas, a un juicio", afirma Míriam Tormo, presidenta nacional de la Asociación de Madres Solteras por Elección.

Marina Lumeras

39 años

Marina
Lumeras

39 años

Marina Lumeras, vecina del barrio Gòtic, en Barcelona, madre de una niña de 21 meses, recuerda con mucha incomodidad su juicio. "Fue un momento muy violento, porque, además, yo no podía hablar porque ya había declarado por escrito, y la única que tenía la palabra era la abogada, que no paraba de reprochar cosas como que cuando me quedé embarazada ya sabía con cuántas semanas contaba de permiso y argumentar por qué ni mi hija ni yo merecíamos las 32 semanas de permiso", narra esta profesora de secundaria a quien le revientan comentarios como ‘qué valiente’. "Al principio me lo tomaba como un piropo pero ya no; al contrario", añade.

"Tener a mi madre cerca me da tranquilidad; pero en el día a día ella hace su vida y yo me lo monto sola bastante bien"

Pese a la crueldad del juicio, Marina se siente una mujer con suerte porque no solo ganó el juicio –algo que sucede en bastantes ocasiones- sino que la Generalitat –en su caso, el empleador demandado- no recurrió, algo que sí es muy poco habitual (siempre suelen hacerlo, dilatando muchísimo el proceso), con lo que la sentencia se hizo firme justo el día antes del día en el que se tendría que haber reincorporación si no acudido a los tribunales, con lo que pudo disfrutar cuando le tocaban del resto de semanas de permiso ganadas.

Hay otra cuestión por la que Marina se siente afortunada: tiene a su madre en el mismo rellano.

"Tener a mi madre tan cerca hace que haya podido hacer cosas que sé que hay compañeras que no pueden hacer, como salir una noche a cenar; pero en el día a día ella hace su vida y yo me lo montó sola bastante bien", relata esta profesora, quien asegura que le da tranquilidad saber que está ahí para una urgencia, pese a ser consciente de que le cuesta pedir ayuda.

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Anna Martínez

37 años

Anna
Martínez

37 años

Anna Martínez estudió ingeniería naval, se sacó el título de piloto de la marina mercante –una de las cuatro chicas de la promoción- y pasó años navegando en barcos en compañías extranjeras, embarcada siete u ocho meses al año, sin cobertura (y con las llamadas a un dólar y medio el minuto). Un pasado que ahora suena lejanísimo, removiendo un café en la cafetería frente a la guardería en la que acaba de dejar a sus gemelas. Recuerda ese pasado pirata un anillo con un ancla y un pendiente en forma de raspa. "Mis amigas me decían que era como una estrella de rock que viven demasiadas cosas demasiado rápido, pero trabajar tanto tiempo fuera me permitió ahorrar", explica Anna, quien, como Marina, trabaja de profesora de secundaria, oficio mucho más compatible que la maternidad que el mar.

"No lo hubiera dejado, me encantaba lo que hacía, pero quería ser madre y me puse una fecha límite, los 35, si entonces no había encontrado una pareja, lo tendría sola", prosigue esta piloto reconvertida a la docencia para cumplir su sueño de ser madre, algo que también le ha supuesto pasar por un luto.

"Yo hacía mucho deporte, carreras, surf, y lo dejé de hacer todo, justo ahora he empezado ahora hacer yoga, algún día, y casi me duermo", bromea convencida de que las ‘monomamis’ le dan "muchas vueltas al coco" porque normalmente han llegado alto (también para poder permitirse económicamente una maternidad en solitario) y de golpe tienen que renunciar. "Adoro a mis hijas y disfruto muchísimo con ellas, pero hay momentos en los que sientes una profunda sensación de soledad; de querer, por ejemplo, volver a salir, a gustar. De ser yo. No he salido a cenar en un año y nueve meses. Solo he dejado a las niñas por temas hospitalarios y para hacer unas oposiciones, que las he aprobado, por suerte", se sincera Anna, quien al principio también se 'torturó' pensando si era egoísta por querer tener a sus hijas sola, otro malestar muy compartido por el colectivo por culpa de la mirada ajena, como si cualquier maternidad, en el formato que sea, no fuera un acto egoísta.

"En un año y nueve meses solo he dejado a mis hijas por temas hospitalarios y para hacer unas oposiciones"

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Mariona Sanfeliu
Salvà

43 años

Mariona
Sanfeliu
Salvà

43 años

Trabajadora por cuenta ajena en una PIME llevando temas de márketing, Mariona Sanfeliu es, como Anna, bimadre monoparental. En su caso, Mariona es madre de una hija ya independizada –a quien durante años tuvo en acogida- y de un hijo biológico de tres años y medio. De las dos experiencias de maternidad en solitario –a los 30 y a los 40- Mariona destaca la importancia de la familia, ya sea ‘de sangre’ o elegida. "Las ‘monos’ el formato tribu lo necesitamos y lo buscamos. Compartir con mujeres que están pasando por lo mismo ayuda mucho. Yo hasta he planteado hacer un banco de tiempo entre nosotras, algo que sería más difícil con una pareja por medio - explica la mujer-; entre nosotras, nos miramos y nos entendemos".

Pese a que muchas de estas mujeres optan por este tipo de maternidad ya rozando o sobrepasando los 40 (esperando si llega antes una pareja adecuada para compartir este proyecto que resulta no llegar), edad en la que muchas de ellas llegan ya con una cierta estabilidad económica, las cifras no engañan: el riesgo de caer en la pobreza se dobla en las familias monoparentales. “Convertirte en ‘monomadre’ te precariza. Un sueldo medio es insuficiente.

"Las ‘monos’ el formato tribu lo necesitamos y lo buscamos, compartir con mujeres que están pasando por lo mismo nos ayuda mucho"

En comparación con tu vecino, en cuya casa entran dos sueldos, estás en una clara desigualdad de condiciones", señala la documentalista.

Una de las grandes cosas en las que se nota la diferencia entre ser uno o dos, es el acceso a la vivienda, cuyo precio, de hecho, es para muchas una barrera infranqueable a la hora de decidir convertirse en madre.

Comparte grupo de ‘monomamis’ con otras 20 mujeres de Sants-Les Corts, con quienes han hablado mucho de las deudas de la sociedad para con ellas, que van desde la equiparación de las monoparentales con dos hijos a las numerosas –hoy por hoy una viuda con dos hijos es considerada familia numerosa y una bimadre monoparental, no- hasta cambiar la explicación de las familias a nivel educativo en los libros de texto, donde todavía abundan las historias con 'papá y mamá'.

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Alba Robert

42 años

Alba
Robert

42 años

Con una discapacidad el 34% debido a una enfermedad autoinmune, Alba Robert pone sobre la mesa otra cuestión. A sus ojos, lo más duro de la monoparentalidad es "cuando necesitas cuidar de ti misma y no puedes porque tienes que cuidar de otra persona". "Desde que he tenido a mi hijo he tenido que ir a urgencias unas seis o siete veces, y a cada brote he tenido que pedir a alguien que se quedara con mi hijo por fuera del hospital o en casa mientras yo pasaba horas en la sala de espera", expone la mujer, profesora de secundaria como Anna y Marina, con una lista de asuntos importantes a comentar.

"A nivel laboral, no somos un empleado atractivo ya que faltaremos al trabajo cada vez que nuestros hijos enfermen o tengamos una reunión en la escuela. Las familias biparentales se lo pueden ir repartiendo, pero nosotras tenemos que pedir siempre permiso en el trabajo y acaban siendo muchos días al año, sobre todo cuando son pequeños", relata con conocimiento de causa, recordando que los docentes de secundaria no tienen días de asuntos propios.

"Lo más duro de la monoparentalidad es necesitar cuidar de ti misma y no poder porque tienes que cuidar de otra persona"

En el instituto en el que trabajaba el curso pasado no le hicieron una propuesta de continuidad –'no la reclamaron', como se dice en la jerga docente- algo que vivió con mucha angustia. "Lo tenía a dos minutos de casa caminando y sufría por si me mandaban lejos, con mis dificultades para conciliar. Un instituto público en el que se celebra por todo lo alto el 8 de marzo y el 25 de noviembre, pero después las profesoras nos encontramos con esto", denuncia Alba, quien decidió hacerse el tratamiento en Portugal porque allí la ley del anonimato del donante se abolió y tenía claro que quería darle a su hijo el derecho a conocer sus orígenes genéticos.

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Un reportaje de El Periódico

Textos:
Helena López
Imágenes:
Joan Cortadellas, Zowy Voeten, Jordi Otix y Ricard Cugat
Diseño:
Andrea Hermida-Carro
Coordinación:
Rafa Julve