Por Patricia Martín

Para mantener el estilo de vida actual necesitaríamos casi tres planetas como el nuestro. Según advierte el último informe del Panel de Expertos sobre Cambio Climático de Naciones Unidas, el crecimiento de la población y los niveles de consumo actuales han llevado a unas tasas "sin precedentes" en el uso de la tierra y del agua. La agricultura y la ganadería consumen alrededor del 70% del agua dulce y emiten alrededor del 22% de los gases de efecto invernadero que provocan un calentamiento global inédito, además de causar la degradación del suelo en muchos casos. Estas actividades, a su vez, son víctimas de las sequías y la proliferación de plagas.
¿Es viable mantener el modelo de regadío actual en un futuro con menos lluvias? Colectivos de agricultores confían en que sí. Pero algunos expertos plantean que no. "La actual sequía es un anticipo del escenario de los próximos años", avisa Fernando Valladares, científico del CSIC. "Pronto identificaremos el regadío con el pasado: supone una deuda y una hipoteca con el medio ambiente", critica. En su opinión, el secano es más compatible con la biodiversidad.

El avance de la crisis climática hace tambalear los cimientos de la seguridad alimentaria global y, a su vez, expone las paradojas de esta industria. A este escenario, todavía hay que añadirle otro problema. En un mundo donde es cada vez más complicado cultivar y obtener alimentos, entre el 25% y el 30% de la comida que se produce se desperdicia o acaba en la basura.

La comunidad científica reclama afrontar cinco grandes desafíos para alimentar a más población de forma más sostenible

El calentamiento global amenaza la subsistencia de muchos cultivos y su productividad. Las temperaturas más cálidas, los fenómenos extremos, la escasez de lluvias y la variabilidad climática dificultan la planificación agraria. De hecho, con la actual sequía, cientos de agricultores han optado por sembrar cultivos de invierno en pleno verano, para hacer frente a la escasez de agua. Además, el cambio climático exacerba la degradación de la tierra, particularmente en áreas costeras y deltas fluviales, contribuye a la desertificación y a la aparición de plagas.

Los cambios estacionales provocados por la crisis climática también están afectando a los cultivos. "Los inviernos más largos o primaveras más frías producen mayor riesgo de heladas en momentos sensibles como la floración, mientras que los otoños más cálidos provocan la aceleración de la maduración de frutos que, por tanto, tienen peor calidad", alerta Concepción Fabeiro, presidenta de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica. Ante todas estas dificultades, ¿cómo se pueden seguir produciendo alimentos sin poner en riesgo el planeta?

El sector primario es víctima y a la vez uno de los causantes del cambio climático. Según Naciones Unidas, este sector emite en torno al 22% de los gases de efecto invernadero debido al uso de combustibles, pero también a la fabricación, el transporte y la aplicación de fertilizantes sintéticos. En España el último inventario indica que las emisiones del sector agrícola suponen el 11% de las emisiones totales y, de ellas, la ganadería representa el 75,3%. A todo ello hay que añadir que el 66% del cultivo español se destina a alimentar a los animales de granja. También se debe tener en cuenta que una parte de lo que se cosecha se exporta.

La población global no deja de crecer y, justamente por eso, cada vez se necesitarán más alimentos. El Banco Mundial calcula que se requerirá producir un 70% más de comida cuando la población mundial alcance los 9.000 millones, en torno a 2050.

Aunque en los países ricos cada vez nacen menos niños, a nivel mundial la población no para de aumentar, no solo por los nacimientos, sino por la mayor esperanza de vida. De hecho, el número de habitantes del planeta alcanzó los 8.000 millones en noviembre de 2022, lo que supone tres veces más que a mediados del siglo XX. Y la ONU calcula que crecerá otros 2.000 millones en los próximos 30 años. Con el actual modelo, ¿se podrá alimentar a toda la población?

Organizaciones ecologistas como Greenpeace sostienen que ya se producen alimentos suficientes para abastecer a esa población creciente. Pero estos alimentos no se reparten de la misma forma en todo el planeta. Además, un tercio de la producción alimentaria se desperdicia y en este esfuerzo baldío se emiten entre el 8% y el 10% de los gases contaminantes. "Si el desperdicio alimentario mundial fuera un país, generaría una huella de carbono por encima de cualquiera, salvo China y Estados Unidos", advierte Fabeiro.

Se produce desperdicio en todas las etapas: la producción, la poscosecha, la elaboración, la distribución y el consumo. "En países desarrollados, el porcentaje es más alto en la fase de consumo, mientras que en los países en desarrollo, en los que suele haber más carencias de conservación, el porcentaje es mayor en la fase de poscosecha", explica esta experta.

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El acceso a la alimentación es profundamente desigual. Mientras que en los países ricos hay un exceso de alimentación, en el tercer mundo se pasa hambre. Según cálculos del IPCC, alrededor de 2.000 millones de adultos tienen sobrepeso u obesidad mientras que 821 millones de personas están subalimentadas.

La principal vía para reducir emisiones y responder a las necesidades alimentarias es aumentar el consumo de alimentos vegetales y reducir la ingesta de carne. Esto es lo que sostienen la Organización Mundial de la Salud, Naciones Unidas y los principales grupos ecologistas del mundo.

Los productores, que también son conscientes de todos estos desafíos, están apostando por implementar medidas de adaptación sobre las propias explotaciones. Por ejemplo: la siembra sin labranza, el uso de semillas manipuladas genéticamente para que puedan resistir plagas o sequías o el riego por goteo. Esta última medida todavía no se ha aplicado en muchos campos de España, que siguen regando a manta pese a estar en lugares áridos.

También hay otras propuestas que, tímidamente, se están abriendo paso como el consumo de carne sintética o los productos elaborados a partir de insectos. Eso sí, por prometedoras que sean algunas de estas alternativas, los expertos piden no centrarse en estos "parches" y apostar por soluciones estructurales que de verdad permitan garantizar la seguridad alimentaria en un mundo cada vez más convulso.

Un reportaje de EL PERIÓDICO