Los Ángeles: la ciudad que me obligó a dejar de fumar

Tabaco, no seáis malpensados. 

Carmen Raya con bocadillo Cuore en Los Angeles
Carmen Raya con bocadillo Cuore en Los Angeles / INSTAGRAM

Atención, fumadores y no fumadores: este artículo puede contener trazas de ironía (que no de frutos secos ni de nicotina). La autora no incita en ningún momento al consumo de tabaco. Consulte a su farmacéutico en caso de creer necesitar asistencia para leer el relato que a continuación se les ofrece. La que avisa no es traidora, que ahora que vivo en el país de las demandas nunca se sabe.

Dicho esto, si me preguntaseis qué querría hacer si volviese a nacer, no me lo pensaría ni un microsegundo: fumarme un cigarrillo recién salida del útero materno mientras le doy las gracias al médico y a la comadrona por haberme ayudado a ver la luz al final del túnel. Porque si el 'piti de después' (guiño, guiño) sabe a gloria bendita, imaginaos el de después de haber nacido.

Y sí, con esta bonita imagen (un bebé fumando, lo sé, pero qué queréis que os diga, soy una rebelde) lo que os quiero transmitir es que fumar era (sí, pasado) uno de mis vicios favoritos hasta que puse un pie en Los Ángeles. Pie que tocó acera (pequeña, pero acera) con un cartón de cigarrillos en la maleta. OBVIO.

Sin embargo, la ciudad en la que me imaginaba feliz y glamourosa fumando cual diva del Hollywood dorado (y casándome 24 veces con 24 diferentes magnates de la industria del cine) me ha arrebatado mi placer más oculto.

Y digo oculto porque eso es lo que tienes que hacer, ocultarte, si quieres seguir fumando en una ciudad en la que el consumo de marihuana está más que aceptado socialmente (ya os hablaré de esto en otro 'mochiartículo'), pero fumarte un piti es el octavo pecado capital no escrito.

Todo comenzó cuando llegué a mi primer apartamento. Ahí que estaba yo intentando enterarme de todo lo que me estaban diciendo las dos chicas que vivían en él (y que se convertirían en mis futuras compañeras de piso) cuando, de repente, creí escuchar un "y está prohibido fumar en todo el edificio y en casa".

Cachis, por una vez que mi 'listening' había sido perfecto, me tenía que enterar de esto. Y por edificio, y por ley (intenté buscar algún vacío legal en dicho contrato de arrendamiento, os lo aseguro), se entiende que no puedes fumar ni DENTRO DE TU PROPIA CASA (y lo pongo en mayúsculas porque yo no daba crédito, como los bancos).

Como lo leéis. Da igual que la casa sea tuya en propiedad, si el edificio es 'no smoking'... ¡te va a tocar salir de tu casa para fumar! Repito, salir de tu casa para fumar. Es que yo por más que lo escribo aún no me lo creo, en serio.

Así pues, aquí la menda bajaba y subía dos pisos de escaleras cuando quería darle al vicio. Hasta que un día me di cuenta de que lo que estaba haciendo podría considerarse como hacer ejercicioy paré inmediatamente porque ya sabéis que yo lo del deporte ni en las primeras citas y, además, porque...

Y vosotros os preguntaréis, ¿y en el balcón? Ay, qué pillines y listos que sois todos mis lectores/followers. Que, por cierto, si no me sigues en Instagram no sé a qué estás esperando porque a ver si te crees que las mansiones en Los Ángeles se pagan solas. Mansión a las que estaréis todos invitados cuando sea influencer y me marque un 'Maria de las Mochilas Weekend', a lo Dulceida. Ojito, compañera influencer, que te piso los talones con mis 670 seguidores (cifra arriba, cifra abajo, con semejantes cantidades una ya pierde la cuenta) y ya he anunciado relación con un famoso. Minipunto para mí.

Pero a lo que vamos, que me distraigo más que Belén Esteban cuando llegaba la hora de la merienda en el plató de 'Sálvame'. En el balcón se puede (realmente no, pero bueno), siempre y cuando tus vecinos sean 'majetes'. Pero claro, los americanos tienen una cosa que yo todavía estoy asimilando. Si firman algo, lo cumplen (bueno, lo de los matrimonios como que no, pero ya me entendéis). Si el edificio es de no fumadores, ya puede venir la Virgen de Lourdes a indultarte que se van a chivar.

Eso me pasó en el segundo piso (en el que resido actualmente). Yo que me salía al balcón pensando que nadie me diría nada (y aún sabiendo que estaba prohibido, lo sé, lo siento, no volverá a pasar, ¿o sí?), resulta que un día me llega el siguiente mensaje de texto del portero (bueno, del 'general manager', bilingüismo).

"Carmen, he sido informado de que has estado fumando en el balcón. Te recuerdo que este es un edificio libre de humos (no de los de mi vecina, pensé yo). Si vuelve a ocurrir, te mandaré un 'warning' (un aviso oficial)". Que leí el mensaje y yo, con el buen carácter que tengo, me morí de ganas por hacer esto en la puerta de mi vecina.

Pero todos tranquilos que como española que soy, hice lo que mejor sabemos: hacer caso omiso de los avisos. Porque yo me dije a mí misma: "Bueno, si me salgo al balcón y echo el humo con cuidado y para arriba la de abajo (solo tengo vecina abajo) no lo huele".

Y sí, ahora que lo escribo me doy cuenta de que es lo mismo que cuando llegaba a casa con el aliento como si me hubiese comido un cenicero y le decía a mis padres (un beso desde aquí, queridos): "Es que he estado en un bar". (Nadie podrá definir nunca lo poco espabilados que somos los adolescentes, o lo mismo solo fui yo).

El caso, que dos días más tarde de seguir este plan perfecto y sin fisuras (echar el humo pa'rriba... para que luego digan que tener estudios ayuda en la vida), me llegó una cartita. En ella, y muy bien explicado, mi portero me informaba de que si continuaba saltándome la ley me iban a meter un 'puraco' (al loro como hilo temática; un momentito que me están llamando los del Nobel de Literatura por la otra línea) de 500 dólares.

Y oye, mano de Santo. No me preguntéis por qué, pero se me quitaron las ganas de fumar en casa. ¿Qué podía hacer ahora? Ah, ya, que me bajase a fumar a la calle. Ajá. Bueno, es que eso también depende de en qué calle estés. Sí, sí... Porque si por algo me fascina Los Ángeles es porque tiene partes de la ciudad donde no se puede fumar.

Poca broma. Santa Mónica (donde vivo ahora) o Beverly Hills (donde viviré algún día) son ciudades (esto es largo de explicar, pero básicamente no son barrios de Los Ángeles, son ciudades independientes) libres de humos. Tal cual. Si te enciendes un piti en Beverly Hills estás saltándote la ley. ¿Cómo te quedas? Pues como se quedó mi amiga Sara (nena, que sales en la Cuore, de nada) cuando se lo dije cuando vino a visitarme. Vaya, que la primera vez que fue a fumarse uno en pleno muelle de Santa Mónica le hice esto:

Y en las calles en las que puedes hacer lo que quieras, asegúrate de no pararte en la puerta de ningún restaurante porque todos ellos tienen un cartelito que pone "prohibido fumar a menos de un metro".

Dado que las aceras son terriblemente pequeñas, eso te deja fumando, lo que viene siendo, en medio de la carretera. Vaya, que me mata antes un coche que el tabaco. Tanta campaña del Ministerio de Sanidad en España y resulta que en Los Ángeles nos llevan años de ventaja con solo poner un cartel en la puerta de un restaurante/bar.

Por no hablar de que la gente te mira fatal cuando vas fumando (tabaco, los porros les da lo mismo) por la calle, estés o no en territorio fumador. Y a mí, que me miren mal pues como que no me gusta. Llamadme rara. Ah, y ojito porque otro de los pitis que más echo de menos en este país es el del descanso de clase.

Efectivamente, con lo orgullosa que estaba yo de mí misma cuando puse un pie en la universidad, resulta que el campus es libre de humos también. ¿Perdona? ¿Tú sabes lo que es tener clases de tres horas con un descaso de media hora EN INGLÉS? Que si no me fumo un cigarro se me desintegran las neuronas. Pero claro, las normas son las normas y cuidado que si te pillan fumando, te echan. Pero bueno, me lo tomé bien, todo tranquilos.

Aunque no os mentiré.La verdadera razón por la que dejé de fumar fue porque mi bolsillo (de estudiante, periodista autónoma e influencer en prácticas) no puede aguantar el ritmo de pagar 10 dólares por una cajetilla de tabaco. Que yo me fumaba cada cigarro como si estuviese degustando jamón ibérico y era un inocente Marlb*** Lig** (que no sé si se pueden nombrar marcas).

Así que nada, al final tuve que renunciar a uno de mis vicios favoritos (siempre me quedará el de intentar ser influencer) y ni confirmo ni desmiento que a veces para quitarme el 'monkey' (mono, bilingüismo) haya hecho algo similar a esto:

Que no, que es broma, que yo esto de no fumar lo llevo genial...

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