Así fue mi primera (y última) cita 'sporty' en Los Ángeles

Por poco y no lo cuento.

Carmen Raya con bocadillo Cuore en Joshua Tree
Carmen Raya con bocadillo Cuore en Joshua Tree / INSTAGRAM

Una cena a la luz de las velas, una íntima conversación en la barra del bar más moderno de la ciudad, un 'brunch' a mediodía un domingo... Estas son algunas de las fabulosas primeras citas que Hollywood nos ha mostrado en los cientos de comedias románticas con las que las mujeres de mi generación (y de tantas otras) hemos crecido. Bueno, y no cuento el paseo en alfombra mágica de Aladdín porque eso solo te pasa si tu primera cita es con el mago Pop o con David Copperfield.

Aunque también os digo que he tenido 'First Dates' (saludito a Carlos Sobera desde aquí) en las que no me hubiese importado nada que me hubiesen hecho desaparecero incluso, en los peores casos, que me hubiesen cortado por la mitad para no seguir sufriendo.

Ah, espera, que sí que tuve una primera cita (chupito cada vez que escriba 'primera cita', pero es que no hay sinónimo posible, lo siento), en la que sentí las dos cosas a la vez. Sucedió a los pocos meses de llegar a Los Ángeles y hasta hoy no he sido capaz de contársela a nadie. Lo siento, mejores amigas, es que me daba una vergüenza terrible.

Pero con esto de la 'coronavida' y del 'coronaretiro' pues me parece que es un buen momento para pasar página y reírme de la situación. Porque si Marta López va a poder superar lo de Alfonso Merlos (fantasía televisiva, queridos), yo puedo con lo que sea.

Gracias, Gordon. Pero a lo que vamos, ¿os acordáis cuando os conté que nunca jamás podría ser una 'California Girl'? Bien, pues esta también es la prueba de que nunca jamás podré salir con el típico 'California Boy'.

Todo comenzó cuando pasó lo imposible. Uno de mis pasatiempos preferidos en Tinder es darle a 'like' (bueno, deslizar a la derecha) a chicos que sé que, con toda probabilidad, no estarán interesados en mí (y esto es algo que hacemos TODAS y TODOS en 'dating apps'). Es decir, cuanto más guapos y más abdominales enseñen en las fotografías, más probabilidades habrá de que no hagamos 'match'.

Y no, no es que yo me considere fea, pero lo cierto es que no creo ser el tipo de mujer que le vaya a gustar a un 'Mujeres y Hombres y Viceversa' o a un 'Thor' (pero que si Chris Hemsworth me está leyendo, puedo cambiar por completo, en serio ¿Quién dijo personalidad?). Y no por el físico, sino por mi estilo de vida. ¿Motivos?

Yo no corro ni aunque me persiga un león en la sabana africana, jamás he tenido abdominales a pesar de que estoy delgada (pero no tonificada), a mis 36 años sigo comiendo como una estudiante que vive sola por primera vez (pasta, pizza, pechuga de pollo, jamón de york y arroz), mis muslos se rozan entre ellos, prefiero el bañador al bikini y estoy tremendamente orgullosa de no haber ingerido nunca un batido verde.

Pero bueno, aún así he de decir que tengo la suerte de contar con un metabolismo manchego-albaceteño que me hace parecer la suplente de la suplente de la suplente de la última suplente de la asistente de la suplente de una modelo de Victoria's Secret. Y para que veáis que no miento con lo de que soy una albaceteña-manchega de toma pan y moja (qué hambre), aquí os dejo mi Instagram y ya de paso me seguís y me hacéis 'influencer' de verdad, que todavía estoy en prácticas.

El caso, que me disperso. Su nombre era Adam (y no Levine, qué más quisiera yo). Treinta y cinco años, rubio, ojos verdes (como los batidos que tomaba, no falla), bíceps con los que se podrían abrir botes y botes de conservas sin pestañear, y, cómo no, en todas sus fotos de perfil aparecía practicando alguna actividad física. Y sí, me había dado a 'like'. Tras comprobar que no estaba soñando, procedí a hacer un segundo análisis de sus 'pictures profile' (bilingüismo).

No había duda alguna; era un 'California Boy'. Y es que el muchacho se dedicaba en su tiempo libre a montar en monopatín, en bicicleta, a surfear, a jugar al voleyball, a hacer senderismo y todo ello, claro está, sin camiseta. Ains... no sabéis lo que me cuesta escribir esto sin llorar al recordar aquellas fotografías.

Comenzamos a intercambiar mensajes y yo desde el primer momento supe que algo iba mal. No paraba de preguntarme que a dónde me gustaba ir de 'hiking' (senderismo, cuando lo mío es más bien el sedentarismo), que a qué playa iba a entrenarme, que si cuál era mi 'smoothie' favorito... Total, que yo en mi interior quería decirle a Adam que Carmen Raya no era mujer para él, pero imaginarme paseando (y otras cosas) con este chico era un sueño demasiado bonito como para dejarlo escapar.

Así que yo, como buena periodista del corazón que soy, me dediqué a capear el temporal con respuestas con las que ningún jurado podría acusarme de mentir. Si Adam me preguntaba que qué tipo de pizza me gustaba más, si la de base de coliflor o la de base de pechuga de pollo, yo le decía que la de pollo. ¿Las he probado? No. Pero en un hipotético caso de que lo hiciese, optaría por la segunda. ¿Es esto mentir? No, porque yo, como la Esteban, cuento siempre lo que considero MI VERDAD.

Tras varios días hablando, Adam me propuso una cita. Y si llego a saber lo que me esperaba, hubiese dicho que no. "Carmen, estoy pensando en ir a las 'Santa Monica Stairs' en un rato y luego daré una vuelta por la playa, ¿quieres que vayamos juntos?". Un mensaje que saltó en mi pantalla del móvil mientras yo estaba tal que así:

Efectivamente, me pilló merendando (costumbre que no tienen en USA, pero que yo sigo practicando a rajatabla). Total, que yo no me lo podía creer. Adam quería ir a dar un paseo conmigo. O eso creía yo. Las 'Santa Monica Stairs', para los que no lo sepáis, son unas escaleras (hay varias, pero dos tramos son los más populares) tremendamente empinadas que están ubicadas en las colinas de dicha ciudad desde donde hay unas vistas preciosas del océano, de las mansiones y a las que la gente va a entrenar. He dicho bien A ENTRENAR.

Total que ni corta ni perezosa le dije que sí porque el razonamiento al que llegué conmigo misma en aquel momento era perfecto: "A ver, Carmen, si hiciste tres años de ballet y fuiste a clases de natación durante todos los veranos desde los 3 hasta los 14 años, si tu hermana y tú fuisteis unas de las grandes promesas del tenis manchego durante tres años en los que ibais a clases los fines de semana y con 27 añoste dio por hacer Pilates y Zumba una hora a la semana después de que el chico con el que estabas se mudase a Alemania y se le olvidase pedirte que te fueses con él... ¿cómo no vas a poder seguir el ritmo de este muchacho subiendo y bajando unas simples escaleras?".

Total, que ahí que me fui a 'arreglarme' para mi primera cita 'sporty'. Mallas negras, camiseta blanca de tirantes con un poquito de escote (escote que se queda en nada porque el sujetador deportivo será muy cómodo pero realzar, como que no realza), zapatillas deportivas y una bolsita de tela donde poder llevar el móvil y la cartera. Y mira tú por donde tengo un GIF del momento en el que salí por la puerta:

Ay, no, perdón, es este:

Total, que llego a las escaleras y Adam no está. "Manda narices (dije huevos, pero por si hay niños leyendo) que no esté aquí cuando yo he venido en autobús", pensé, dejando claro desde el minuto uno de una cita que yo soy una persona totalmente compresiva y nada impaciente. Pero de repente veo a lo lejos a un muchacho rubio, de ojos verdes y bíceps que deberían ser patrimonio de la humanidad, que llega corriendo SIN CAMISETA y se para justo a mi lado. "Hola Carmen, soy Adam", me dice (en inglés, claro está, pero os voy a hacer la traducción simultanea, de nada) sudando como si acabara de salir de la ducha.

"Hola", le digo yo mientras lo miro sorprendida tratando de averiguar a qué viene esta entrada triunfal si me había dicho que venía en coche. "He dejado el coche en el muelle de Santa Mónica para cuando volvamos y así de paso he aprovechado para calentar", me dice, leyéndome la mente, mientras todavía está dando 'saltitos', porque como sabemos todos los deportistas de élite (osea, yo), uno no puede pasar de 100 a 0 de golpe y porrazo (toma lenguaje técnico deportivo ).

"¿Tú has calentado ya?", me dice aquí el amigo Adam. Y yo, presa de los nervios por ver esos abdominales a escasos centímetros de mí (qué maravillosa era la 'precoronavida'), le digo: "Claro". Mentira. "Vale, pues empezamos y cuando te canses me dices", me contesta. Y yo no pude decirle nada porque solo quería que se diese la vuelta para hacer esto:

Total, que sin darme tiempo a nada, y pensando que lo mismo había concertado una clase con un entrenador personal y no una cita, me veo aquí a Adam que empieza a subir y bajar las escaleras como si fuese un niño en las escaleras mecánicas de El Corte Inglés. ¡Que elasticidad! ¡Qué vigor! ¡Qué fantasía! Vaya, que me dieron ganas de abrirme una bolsa de pipas y sentarme a disfrutar del espectáculo.

Pensando que no sería tan difícil, dejé mi bolsita con mis cosas en un lado de la escaleras y ahí que me puse al lío. Y no os miento si os digo que tras subir y bajar las escaleras dos veces, pensé que me moría.

Entre los nervios por creer que me iban a robar la bolsa con mis cosas, notar (spoiler de Heidi a la vista) que me temblaban las piernas como a Clara cuando se levantó por primera vez de la silla de ruedas, darme cuenta de que no me había llevado agua, no poder respirar y ponerme roja como un tomate, solo deseé que en ese mismo momento tuviese lugar ese famoso terremoto que algún día acabará con la ciudad de Los Ángeles y del que todo el mundo habla cada vez que hay un temblor.

Sin embargo, mi instinto de supervivencia y mi pánico a hacer el ridículo dieron con la solución: parar cuando yo no estaba en el ángulo de visión de Adam. Y así, como si de un juego se tratase, me pasé los siguientes 30 minutos. 30 MINUTOS. Y sin agua. SIN AGUA. ¿Cómo lo hice? Aún no lo sé.

Total, que en una de esas en las que yo subía y él bajaba me gritó "¿vamos ya hacia la playa?". Y yo, sin poder articular palabra, le hice un gesto de aprobación cuando en realidad lo que quería decirle era:

Sacando fuerzas de donde no las tenía, me dispuse a recoger mi bolsita y a continuar mi 'run of shame' (que es muuuuy diferente al 'walk of shame', ya os lo digo). Adam, como era de esperar, se dio cuenta de que no le iba pisando los talones y, a medio camino, dio media vuelta y se me acercó: "¿Todo bien?". Y aquí cualquier persona normal le hubiese dicho que no podía más, que estaba apunto de morir y que necesitaba parar.

Pero es que, amigos y amigas, por si no os habíais dado cuenta todavía, yo no soy normal. Así que opté por lo que me acercaba más a la muerte que a la vida y seguí mintiendo al decirle: "Es que ayer me pasé con el ejercicio".

¿Estoy orgullosa de lo que hice? NO. Pero no sabéis lo mal que lo estaba pasando y EN OTRO IDIOMA. Así que Adam redujo la marcha y yo me dije a mi misma que si conseguía llegar al 'pier' (muelle) de Santa Mónica, no volvería a mentir en una primera cita (lo sigo haciendo, es lo que hay).

Y os voy a mostrar el camino que hicimos para que veáis que tampoco fue tanto, pero para alguien que no hace deporte NUNCA pues es como pedirle que corra un maratón así de primeras.

Mapa de mi primera cita sporty en la ciudad de los angeles
Mapa de mi primera cita sporty en la ciudad de los angeles / Google Maps

Una vez en el muelle, me dije a mí misma: "Bueno, ahora es cuando vamos a por un helado o nos comemos una hamburguesa con sus correspondientes patatas fritas". Pues no, amigos. Adam, quien respiraba con total normalidad y no daba muestras de cansancio alguno (el muy jod*o ni se despeinó), me propuso un plan mejor.

Ir a cenar a Kreation Organic, uno de los templos 'healthy' de Los Ángeles cuyo lema es (y no miento): "Donde la comida es medicina y la medicina es comida". ATIENDE. Así que nada, Adam puso rumbo hacia su coche y yo le seguí un pasito por detrás porque no podía andar más que así:

Llegados al restaurante, mis ojos solo leían en la carta cosas como semillas de chia, lino, antioxidantes, vitaminas, gluten-free, colágeno, detox, superfood, albóndigas de menta... ALBÓNDIGAS DE MENTA.

Al borde del colapso metabólico, le pregunté al dependiente si tenía algo parecido al pollo (de perdidos al río) y me dijo "tenemos un burrito de pollo orgánico criado en granja ecológica elaborado con tortilla de harina de maíz, lechuga orgánica, tomate bio y sin salsa". "Ponme 14", estuve a punto de decirle. Pero no, pedí uno, un vaso de agua y aquí mi primo Adam se pidió esto. ESTO.

Como podéis imaginar, el resto de la cita me la pasé devorando mi 'burrito' (eso no es un burrito, pero vale), mientras Adam le daba pequeños sorbos a su zumo de limón detox. Eso sí, no sabéis lo que me costó no derramarme el agua por encima cada vez que bebía porque el pulso todavía me iba a 3.000 por hora.

Terminado este fabuloso festín, le pedí a Adam que si podía llevarme a casa. "Por supuesto", me dijo. Una hora más tarde (media de camino y media subiendo los dos pisos de escaleras para llegar a mi apartamento), entraba en mi casa. Tras darme la ducha más larga de mi vida, miré el móvil rezando para que no me hubiese escrito el típico "ha estado bien, deberíamos repetirlo".

Tuve suerte. Por primera vez en mi vida pasaron de mí y me alegré. MARAVILLA.

Por cierto, así salí de la cama al día siguiente, por si había alguna duda.

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