En 5 años me he dejado 14.300 euros en psicóloga, ¿ha valido la pena?

Que no os engañen, NO todo el mundo debería ir a terapia (o sí, yo ya no sé nada).

Carmen Raya con bocadillo cuore en pared rosa en Los Angeles
Carmen Raya con bocadillo cuore en pared rosa en Los Angeles / INSTAGRAM

Los que me conocen sabrán (y los que leen mi columna se lo olerán) que tengo una visión de la vida y las relaciones un poco alejada de lo que podríamos llamar tradicional (o como diríamos los bilingües, 'traditional'). Desde que era pequeña he tenido esa sensación inexplicable de ser una mera espectadora de una película que no acabo de entender y en la que cada vez que intento encontrar un papel que me represente acaban matando a mi personaje. Quizá por eso será que me gusta tanto el cine.

Por ejemplo, recuerdo que cuando tenía unos seis años, una amiga de mi madre se me acercó y me preguntó que si tenía novio. Algo que muchos pensaréis que es normal. Vaya, que es lo típico que se le dice a niños y niñas. El mítico, "¿y te gusta alguien del cole?".

Sin embargo, por mi mente cruzó este pensamiento: "Señora, tengo seis años, a duras penas consigo hacer divisiones con decimales y llevo una tira roja y otra verde en los puños de las mangas del babi para diferenciar la izquierda de la derecha, ¿cree usted que estoy yo como para tener novio?". Es más, no solo no tenía tiempo para novios, sino que no entendía por qué todas las niñas de mi clase reían y se sonrojaban cuando hablaban con ellas los niños de mi clase.

El colegio nunca me gustó, el instituto tampoco y la universidad tampoco. Vaya, que me pasé la infancia, la adolescencia y la juventud queriendo llegar a la edad adulta para poder encontrar mi lugar en el mundo. ¿Era feliz? Sí, mucho. He tenido (y tengo) familia y amigos que me quieren y a los que quiero, pero siempre he convivido con esa sensación de "no encajar".

Así pues, una de las preguntas más frecuentes que me he hecho a mí misma ha sido la que se hacía Alicia Silverstone en 'Fuera de Onda' (gran película, mejor vestuario): ¿Qué está mal conmigo? Una pregunta a la que le di mil y una vueltas pero a la que no conseguía darle una respuesta que me dejara, por así decirlo, tranquila.

Me hice mayor, me realicé como profesional, he tenido citas, he viajado, he logrado objetivos que me marqué cuando era solo una adolescente, pero ahí estaba esa siempre esa sensación de que algo no iba bien. También os diré que el hecho de no haberme casado ni haber tenido hijos hace que me encuentre entre ese sector de la población que vive al margen la norma establecida. Y no es fácil (sobre todo económicamente), no os mentiré.

Así pues, dejé de preguntarme a mí misma qué estaba mal para pasar a preguntar lo siguiente:

"¿Podría decirme alguien qué está mal conmigo?". Efectivamente. Porque cuando tú no tienes la respuesta, igual otro la tiene. Así pues, hace cinco años comencé a ir a terapia. La verdad es que nunca había pensado ir a un psicólogo, pero distintos eventos de mi vida me llevaron a que varios médicos me recomendasen hablar. Tan simple como eso: hablar. Pero de cosas importantes, claro está.

Reconozco que cuando llegué a mi primera cita con mi psicóloga estaba muy nerviosa. Hablar con alguien de temas tan íntimos como lo son tus pensamientos más profundos y existenciales no es fácil. Sin embargo, tuve bastante suerte y enseguida conecté con ella.

Me llamó la atención que lo primero que hizo fue preguntarme por mi infancia y mi adolescencia "¿Qué narices tendrá que ver eso con lo que me pasa?". Ay, amigos, TODO.

Y eso hice. Durante cinco años he ido a terapia una vez por semana (incluso la mantuvimos por Skype cuando vivía en Los Ángeles). Una vez por semana me he puesto delante de una señora a contarle cosas que nunca antes le había contado a nadie. Me he conocido a mí misma, he intentado comprender por qué pasan ciertas cosas, por qué no pasan otras y por qué esa sensación de...

... me acompaña de manera permanente desde que nací. Y si nos ponemos a hacer cuentas, que las he hecho, 55 euros por sesión x 52 semanas al año durante cinco años hacen un total de 14.300 euros.

Fue doloroso, no os voy a engañar. Tanto hacer las cuentas como mantener, y abandonar más tarde la terapia. Sí, tras cinco años me cansé. Justo ahora que con la pandemia los psicólogos no pueden con tanta demanda, yo he decidido que se terminó. Así que supongo que la verdadera pregunta de todas es, ¿ha valido la pena?

Pues aunque me gustaría deciros que sí, no lo tengo tan claro. Aunque hubo momentos en los que creí ver la luz y la terapia me sirvió de flotador para no hundirme, lo cierto es que, en mi caso, terminé por aprender una lección que me llevó a abandonar la terapia (mi psicóloga no estaba de acuerdo, pero la vida es riesgo).

Yo he podido hacer TODA la terapia del mundo, pero no todo el mundo ha hecho TODA la terapia que debería. Es decir, yo puedo haber cambiado, puedo haber entendido ciertas cosas de cómo funciono yo y de cómo funciona la sociedad en la que vivo, pero no puedo cambiar a las personas con las que me cruzo o las situaciones que la vida me pone por delante (porque puedo enfrentarme a ellas de forma diferente, pero me siguen pasando).

A los que me leéis a menudo, os pondré un ejemplo. Recientemente un chico con el que salí cinco veces me dijo que no quería verme más. ¿Va a ayudarme la terapia a cambiar el hecho de que siempre me pase lo mismo? No. ¿Puedo ir a hablar y desahogarme? Sí. O por ejemplo, ¿puedo cambiar el hecho de que mi padre sufriese un ictus hace siete años y nada haya vuelto a ser igual? No. ¿Puedo hablar de ello? Sí.

Lo que quiero decir con esto es que a mi la terapia me ha enseñado una valiosa lección después de cinco años de hablar y hablar: la terapia puede cambiarte, puede modificar la manera en la que te enfrentas a los problemas, pero ya está. Por eso cuando muchas veces la gente dice "todo el mundo debería ir a terapia", yo siempre digo que no. No he escuchado tontería más grande. Es como decir que todo el mundo debería hacer deporte. Porque quizá a ti correr te viene genial, pero quizá a mí me destroza las rodillas.

Además, y esto sí que es una verdad como un templo: la terapia psicológica ayuda, pero no es la solución a tus problemas. No creáis que vuestros psicólogos os van a decir lo que os pasa, vais a ser vosotros los que tengáis que navegar sus preguntas y rascar en vuestro interior para saberlo. A ver si os creéis que esto es como el polígrafo de Conchita. Por cierto, un beso si me estás leyendo Conchita, eres de lo mejor de este país.

[Ya sé que la de abajo no es la Conchita de la que hablo, pero terminemos este artículo con un poco de humor. La semana que viene prometo contar algo más divertido. Queredme, que yo lo hago]

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